miércoles, 14 de septiembre de 2016

Meditación: Números 21, 4-9


Exaltación de la Santa Cruz

El pueblo se impacientó y murmuró. (Números 21, 4)

Avanzando por el desierto, las víboras silban cerca de tus pies y ves que varias personas caen por el veneno de las mordidas, y te llenas de miedo porque en cualquier momento te tocará a ti. De repente, escuchas una voz que dice que todos miren la serpiente de bronce levantada en un palo. Cuando alzas la mirada hacia donde viene la voz, ves la serpiente de bronce y notas que todos los que la miran no mueren tras la mordida y se curan.

Todo esto comenzó porque los israelitas se quejaban por la comida. ¡Se quejaban de algo tan trivial aunque acababan de ser rescatados de una cruel esclavitud! Hoy no hay serpientes que nos preocupen, pero este es un ejemplo clásico de que hasta las pequeñas quejas pueden abrir la puerta a otras “víboras” que envenenan la atmósfera en el hogar o el lugar de trabajo.

Todos sabemos lo que significa dejarse llevar por el hábito de la queja. Comienza como una inocente expresión de desagrado o frustración, pero si no se controla, puede convertirse en impaciencia o cólera, y luego en crítica, chisme o frialdad y desamor, y sin siquiera darnos cuenta nos encontramos como en arena movediza, de la que no sabemos cómo salir.

¡Pero tenemos el poder de la cruz! La cruz también era un instrumento de muerte, como la serpiente de bronce de esta lectura. Era una de las formas más crueles, inhumanas y humillantes de pena capital. Pero ahora, gracias a Jesucristo, ha pasado a ser un símbolo de vida. ¿Por qué? Porque Jesús aceptó voluntariamente la cruz por amor a nosotros; la muerte ya no puede resistir su poder y la ponzoña del pecado ha perdido su fuerza mortal.

Dedica hoy un momento a pensar en lo que ha significado para ti el sacrificio de Cristo; en todos los beneficios que su muerte en la cruz ha conseguido para ti. Y toda vez que te sientas inclinado a quejarte, detente por un momento, respira hondo y recuerda los muchos beneficios que has recibido sin merecerlos. Cuéntalos y observa cómo las quejan se van disipando en tu mente.
“Amado Señor y Dios mío, te doy gracias por todo lo que tu sacrificio redentor ha significado para mí y los míos. Ayúdame, Señor, a no quejarme de las cosas desagradables o injustas que me sucedan.”
Salmo 78(77), 1-2. 34-38
Filipenses 2, 6-11
Juan 3, 13-17

fuente:Devocionario católico la palabra con nosotros

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