Si quieren ser grandes no alardeen como el fariseo de la parábola (Lc 18:9s), y entonces serán verdaderamente grandes. Crean que no tienen méritos, y entonces tendrán. El publicano se reconoció pecador así mismo, y se convirtió en un justo; ¡cuanto más el justo que se reconoce pecador verá su justicia y sus méritos agrandarse! puesto que la humildad hace justo a un pecador, al reconocer la verdad de su vida; y en el alma de los justos la verdadera humildad actúa de manera más poderosa.
No pierdan entonces por la vanagloria los frutos que hubieran podido ganar por medio de sus trabajos, del salario de sus penas, de la recompensa de las labores de sus vidas. Dios conoce mejor que ustedes mismos el bien que hacen. Un simple vaso de agua fresca será recompensado. Dios aprueba la más pequeña limosna, y ni no pueden dar nada, incluso un suspiro de compasión. Dios acoge todo, y se acordará de todo para regresárselos al céntuplo.
Dejemos entonces de contar nuestros méritos y de desplegarlos a la luz del día. Si cantamos nuestros méritos, no seremos elogiados por Dios. Gimamos más bien por nuestra miseria, y Dios nos elevará ante los ojos de los demás. Él no quiere que el fruto de nuestra labor se pierda. En su ardiente amor quiere coronar nuestras más pequeñas acciones; él busca todas las ocasiones para librarnos de la gehena.
San Juan Crisóstomo (c. 345-407), presbítero en Antioquía, después obispo de Constantinopla, doctor de la Iglesia
Homilías sobre San Mateo (Trad. ©Evangelizo.org)
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