En aquel tiempo, los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado.Al verlo, se postraron delante de el; sin embargo, algunos todavía dudaron.Acercándose, Jesús les dijo: "Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra.Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo".
RESONAR DE LA PALABRA
El amor no se comprende, se agradece
Cuenta la historia que san Agustín estaba un día paseando por la playa. Meditaba sobre Jesucristo, su relación con el Padre, al que Jesús siempre llamaba “Abba” que significa “papaíto” en arameo, y sobre el Espíritu Santo que habían recibido los apóstoles el día del Pentecostés. Y no terminaba de comprender. ¿Era un solo Dios? ¿Eran tres? ¿Tres personas y un solo Dios? ¿Tres dioses y una sola persona? Daba vueltas y vueltas en la cabeza a aquellas ideas y cada vez se encontraba más confuso. Pero estaba decidido a comprenderlo y le seguiría dedicando sus mejores esfuerzos.
Estando distraído en aquellos pensamientos, casi no se dio cuenta de la presencia de un niño que jugaba en la arena. Pero vio en aquel niño algo extraño que le sacó de su ensimismamiento. Vio con sorpresa que el niño hacia continuos viajes de la orilla a un agujero que había excavado en la arena. Al llegar a la orilla llenaba un pequeño cubo con agua de mar. Y al llegar al agujero lo vaciaba cuidadosamente en él. Así una vez y otra y otra. Se quedó parado mirando al chiquillo y preguntándose qué sentido tendría aquel juego. No lo podía entender. Así que, llevado de la curiosidad, se acercó al niño y le preguntó directamente. “¿Qué pretendes hacer llenando continuamente el cubo de agua de mar y vaciándola en el agujero que has hecho en la arena?”. El niño levantó los ojos, le miró y le respondió: “Quiero meter todo el agua del mar en el agujero”. Agustín se rió. “Eso es imposible” –le dijo–, “nunca lo conseguirás”. Pero el niño le respondió: “Igual de imposible que lo que tú pretendes: comprender el misterio de la Trinidad”.
Viene bien esta historia para recordar que Dios no es una teoría o idea que se estudia, se analiza y se disecciona. Dios es un misterio de amor. Se nos ha revelado como amor que crea y libera, que nos ofrece la felicidad. Así se presenta en la primera lectura, del Deuteronomio. No sólo eso. En Jesús, Dios nos ha hecho hijos suyos, nos ha hecho miembros de su familia, herederos de su gracia. Lo mismo que Jesús ha entrado en la gloria de la resurrección, también a nosotros se nos promete participar en su gloria. Y todo por puro amor nuestro. Por eso, el Espíritu de Dios nos hace gritar “Abba”, como dice Pablo en la carta a los romanos.
Dios se nos ha manifestado como Padre, Hijo y Espíritu Santo. Más allá de nuestra comprensión y de nuestras ideas, con el corazón entendemos y experimentamos que Dios es amor. Es amor entre el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo. Y es amor para cada uno de nosotros. Dios es amor y no puede hacer otra cosa que amar. No hay otra forma de entenderlo más que amando.
Para la reflexión
Si vivir en cristiano es amar como Dios nos ama, ¿cómo amo a los que me rodean? ¿Les amo tal y como Dios me ama a mí? ¿Qué hago para evitar que el odio, el rencor, la violencia –todo lo que se opone al amor– esté presente en mi vida?
Fernando Torres cmf
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