Marcos 10, 33
Para los que acompañaban a Jesús en su viaje final hacia Jerusalén, la travesía era cuesta arriba, no sólo físicamente, sino emocionalmente también, porque el Señor había dicho muchas veces que allí le aguardaban el sufrimiento y la muerte. Por eso, el gentío lo seguía con una sensación de temor y admiración. Pero Marcos nos dice que, al acercarse a la ciudad, Jesús caminaba resueltamente a la cabeza de todos (Marcos 10, 32).
Los seguidores veían que había llegado el momento decisivo en el ministerio de Jesús: Sabían que de un modo u otro Cristo había venido a Jerusalén a tomar posesión de su Reino. Por eso, quizá nos resulte tan extraño que Santiago y Juan escogieran este momento para pedirle a Jesús que les concediera lugares de honor a su lado cuando inaugurara su Reino. El Señor aprovechó esta petición, aparentemente egoísta, para enseñar a los apóstoles una vez más el significado de la grandeza: “El que quiera ser grande entre ustedes, deberá servir a los demás… porque ni aun el Hijo del hombre vino para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud.”
Los humildes son enaltecidos en el Reino de Dios. El empleado acepta libremente servir a su patrón; el esclavo está obligado. Las necesidades de los demás son prioritarias para los empleados y los esclavos. Precisamente este es el llamado para los ciudadanos del Reino de Dios. Qué contrario es esto al criterio que prevalece en el mundo, donde unos procuran dominar a otros.
El contraste entre los que son grandes a los ojos de Dios y los que lo son ante los gentiles radica en que unos tratan de agradar a Dios y los otros, al mundo y al ego. El que es grande a los ojos de Dios es el que sirve y da su vida por los demás, así como Jesús vino y dio su vida por nosotros.
Este tipo de servicio no es algo que hagamos nosotros mismos; tanto el entendimiento de lo que significa entregarse como la gracia de actuar nos vienen de Jesús. Sin embargo, para que esto se haga realidad, hemos de ser dóciles y estar dispuestos a hacer la voluntad del Señor.
“Amado Jesús, enséñanos a buscar siempre todo lo que es digno de admiración, bueno y fructífero a los ojos de Dios, sirviéndonos unos a otros con amor, como Jesús lo hizo. Así seremos auténticos discípulos tuyos.”
1 Pedro 1, 18-25
Salmo 147, 12-15. 19-20
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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