Hoy me siento inspirado a hacer una reflexión sobre el entrañable amor de Dios a su pueblo, su Iglesia. Como dice San Pablo, el Señor ha equiparado su amor a la Iglesia con el amor de los esposos, vale decir, el amor más grande y verdadero que puede unirnos con Jesucristo, nuestro Dios y Salvador.
Señor, quisiera hacer un momento de oración para darte gracias por todo lo que me has enseñado. Tú enseñabas con autoridad y lo hacías siempre que te poníamos atención, aprovechabas todas las ocasiones. ¡Claro!, lo entiendo, Señor, tu misión era transmitir la Palabra del Padre. Y lo hiciste.
Hoy quiero pedirte algo: Háblame, Señor, en este tiempo de oración que hago como fiel discípulo tuyo. Primero, quiero pedirte la capacidad de aprender lo que me enseñas y, segundo, saber enseñarlo a otros. Reconozco que es muy fácil caer en el error de decir cosas que tú no has enseñado y, con un atrevimiento increíble, tratar de hacer que tú digas aquello que yo pienso. Reconozco que quizá soy más duro de corazón que quienes me oyen.
Yo recuerdo aquello que decía el Papa San Juan Pablo II en la Carta a las Familias: “El proyecto del utilitarismo (el afán de producir y utilizar cosas), que está basado en una libertad orientada con sentido individualista, o sea una libertad sin responsabilidad, constituye la antítesis del amor.” Señor, ablanda mi corazón, que busca esa satisfacción utilitarista, y hazme entrar en tu verdad divina, que tanto necesito.
Señor Jesús, comprendo perfectamente que tú digas que el amor matrimonial es definitivo, para siempre, y que el adulterio —además de ser pecado grave contra el cónyuge y contra ti, que eres el Creador de la Vida y el Amor— es un camino erróneo hacia la satisfacción o la felicidad y es a la vez causa de mucho dolor para otros, como tú lo dijiste: “Si uno se divorcia de su esposa y se casa con otra, comete adulterio contra la primera.”
Recuerdo a un joven que dijo: “El pecado promete mucho, no da nada y lo roba todo.” Quiero entenderte bien, Señor Jesús, y saber explicarlo: “Lo que Dios unió, que no lo separe el hombre.” En efecto, si no sigo tus pasos, no encontraré la felicidad verdadera. ¡Señor, enséñame de nuevo!
“Gracias, amado Jesús. Soy duro de cabeza y corazón, pero sé que tienes razón.”
Santiago 5, 9-12
Salmo 103(102), 1-4. 8-9. 11-12
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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