Esto quedó dramáticamente demostrado en la historia del padre del muchacho poseído que clamó a Jesús diciéndole “Yo creo. ¡Ayúdame a creer más!” (Marcos 9, 24). Jesús, que vino a salvarnos, sanar nuestras enfermedades y expulsar a los demonios, ciertamente demostró que Dios está firmemente interesado en sanar y liberar a cuantos le pidan ayuda con humildad y sinceridad. Así vemos que sucedió en el Evangelio de hoy cuando el hombre le pidió la curación de su hijo querido cuando nadie pudo expulsar al demonio.
¿Anhelamos nosotros ver que nuestros familiares o amigos sanen y lleguen a la fe en Cristo? ¿Tenemos el profundo deseo de que la Iglesia se levante como testigo resplandeciente de la gloria de Cristo? ¿Cómo deseamos ver que se manifieste el Reino de Dios en este mundo? ¿Oramos con sinceridad pidiendo “venga a nosotros tu Reino, hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo”?
La clave para desarrollar este deseo profundo y la persistencia es la oración y el ayuno. Para orar de verdad y hacer una intercesión eficaz, debemos creer y confiar que “La oración fervorosa del justo tiene mucho poder” (Santiago 5, 16). Este convencimiento ayuda a entrar en la presencia de Dios y poco a poco uno va aprendiendo a descubrir la voluntad divina; entonces cada cual puede orar de acuerdo con la voluntad de Dios.
Muchas veces es necesario ayunar para hacer la oración de intercesión, a fin de aquietar las inclinaciones del cuerpo y el alma, estar mejor dispuestos a entrar en la presencia de Dios y escuchar su voz. Hay diversos tipos de ayuno que se pueden hacer. Por ejemplo, no mirar la televisión durante una o dos noches en la semana, comer sólo una vez al día, abstenerse de criticar o murmurar contra otras personas, o ponerse en presencia de Dios con mayor frecuencia. El ayuno no tiene que ser un sacrificio insufrible, sino una disciplina que brote del deseo de identificarse con la obra de Dios en nuestro mundo. La clave es saber que podemos llegar a ser colaboradores de Jesús para inaugurar su Reino con gracia y poder.
“Jesús, Señor nuestro, concédenos el deseo de ver que se manifieste tu Reino en este mundo. Nos unimos a ti, Rey y Señor nuestro, para orar al Padre pidiéndole: ‘Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo.’”
Santiago 3, 13-18
Salmo 19(18), 8-10. 15
Fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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