No nos avergoncemos al hablar de Dios, no nos avergoncemos por la verdad de la fe, que no nos avergüence persignarnos al pasar ante una iglesia.
El Señor nos pidió que tuviéramos una fe como un grano de mostaza, sabiendo que la mostaza es la más pequeña de las plantas. Así, si le decimos a una montaña que se mueva, esta nos obedecerá y se arrojará al mar. Es decir, la fe puede mover montañas. La fe puede mover más que montañas: puede mover el corazón. Una fe poderosa en los hermanos, los padres, los hijos y los sacerdotes, puede mover la montaña viva de un corazón que no cree. No hay nada más difícil de transformar que un corazón incrédulo, porque está lleno de escepticismo, de maldad, de indiferencia, de desesperación o incluso de demonios; por tanto, es muy difícil moverlo.
Por eso es que el profeta dice que es más difícil mover un corazón enfermo, que una montaña de su sitio. Sin embargo, Dios nos da fuerzas, a quienes nos compadecemos de los enfermos o de los incrédulos, nos da las fuerzas para llamarlos a la fe, por medio de nuestras palabras vivas. Por eso, insisto: no nos avergoncemos al hablar de Dios, no nos avergoncemos por la verdad de la fe, que no nos avergüence persignarnos al pasar ante una iglesia. Nuestro gesto de persignarnos podría mover un corazón, llevándolo a preguntarse: “¿Por qué se persigna esa persona al pasar frente a la iglesia?”. Nosotros, en la Cruz, vemos a Jesucristo, vemos nuestra salvación, porque es por medio de la Cruz que nos salvamos.
p. George Calciu
fuente: Doxologia
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