Marcos 10, 28
¡Típica reacción de Pedro, el pescador precipitado, que siempre decía lo primero que pensaba! Podríamos imaginarlo diciendo: “¿Y qué habrá para nosotros? ¿Cómo sabremos que no quedaremos con las manos vacías?” La inquietud de Pedro era válida: si uno lo da todo por el Reino, se queda efectivamente sin nada; y si uno se hace pobre y necesitado, los demás lo desprecian y lo discriminan. Con razón el joven rico se fue triste: ¡Todo aquello que era su fuente de seguridad venía a ser ahora piedra de tropiezo!
La vida de Jesús demuestra claramente lo que experimentarán todos sus discípulos: Él, siendo Hijo de Dios, se despojó de su privilegio divino para morir en la cruz y fue exaltado a lo alto de los cielos (Filipenses 2, 6-11). Esta extraordinaria promesa es la gloria y esperanza de todos los que aceptan el Evangelio y es también una maravillosa fuente de aliento para los que vamos avanzando en el discipulado y aún no podemos ver la luz al final.
Pero la respuesta de Jesús no se refiere en particular al primer grupo de discípulos, sino a todos los seguidores que, en cualquier época, lo abandonan todo para obedecerle, seguirlo y dedicarse a la propagación del mensaje.
El Señor dijo: “Muchos que ahora son los primeros, serán los últimos; y muchos que ahora son los últimos, serán los primeros” y tal vez los mejores ejemplos de esta renuncia total para entregarse a Dios los vemos en los misioneros, que se van a tierras lejanas a llevar el mensaje del amor y el perdón de Dios y que al mismo tiempo se ponen al servicio de nuevas comunidades, sobre todo necesitadas, en diversos países y continentes. Ellos, y más aún los que dan la vida por el Reino, estarán sin duda entre los primeros.
Pero no sólo los misioneros hacen la voluntad de Dios. En la comunidad cristiana, todos hemos de adoptar la actitud de Jesús, de hacernos “últimos de todos” (sin buscar figuración ni protagonismo) y “servidores de todos”. En efecto, si nos dedicamos conscientemente a imitar a Jesús, el Siervo Sufriente, todos podemos avanzar por el camino de la salvación.
Esto podemos hacerlo especialmente en la convivencia familiar y comunitaria, con nuestros hermanos feligreses de la parroquia o del grupo con quienes nos reunimos semana a semana.
Salmo 98(97), 1-4
¡Típica reacción de Pedro, el pescador precipitado, que siempre decía lo primero que pensaba! Podríamos imaginarlo diciendo: “¿Y qué habrá para nosotros? ¿Cómo sabremos que no quedaremos con las manos vacías?” La inquietud de Pedro era válida: si uno lo da todo por el Reino, se queda efectivamente sin nada; y si uno se hace pobre y necesitado, los demás lo desprecian y lo discriminan. Con razón el joven rico se fue triste: ¡Todo aquello que era su fuente de seguridad venía a ser ahora piedra de tropiezo!
La vida de Jesús demuestra claramente lo que experimentarán todos sus discípulos: Él, siendo Hijo de Dios, se despojó de su privilegio divino para morir en la cruz y fue exaltado a lo alto de los cielos (Filipenses 2, 6-11). Esta extraordinaria promesa es la gloria y esperanza de todos los que aceptan el Evangelio y es también una maravillosa fuente de aliento para los que vamos avanzando en el discipulado y aún no podemos ver la luz al final.
Pero la respuesta de Jesús no se refiere en particular al primer grupo de discípulos, sino a todos los seguidores que, en cualquier época, lo abandonan todo para obedecerle, seguirlo y dedicarse a la propagación del mensaje.
El Señor dijo: “Muchos que ahora son los primeros, serán los últimos; y muchos que ahora son los últimos, serán los primeros” y tal vez los mejores ejemplos de esta renuncia total para entregarse a Dios los vemos en los misioneros, que se van a tierras lejanas a llevar el mensaje del amor y el perdón de Dios y que al mismo tiempo se ponen al servicio de nuevas comunidades, sobre todo necesitadas, en diversos países y continentes. Ellos, y más aún los que dan la vida por el Reino, estarán sin duda entre los primeros.
Pero no sólo los misioneros hacen la voluntad de Dios. En la comunidad cristiana, todos hemos de adoptar la actitud de Jesús, de hacernos “últimos de todos” (sin buscar figuración ni protagonismo) y “servidores de todos”. En efecto, si nos dedicamos conscientemente a imitar a Jesús, el Siervo Sufriente, todos podemos avanzar por el camino de la salvación.
Esto podemos hacerlo especialmente en la convivencia familiar y comunitaria, con nuestros hermanos feligreses de la parroquia o del grupo con quienes nos reunimos semana a semana.
“Señor, concédeme la gracia de ser un servidor y estar dispuesto a dejar todo lo que me impida ser un buen discípulo tuyo.”1 Pedro 1, 10-16
Salmo 98(97), 1-4
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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