“Si yo quiero que éste permanezca vivo hasta que yo vuelva,
¿a ti qué? Tú, sígueme.”
Juan 21, 22
Hoy recordamos que Jesús le había dicho a Pedro: “Cuando eras joven, te vestías para ir a donde querías; pero cuando ya seas viejo, extenderás los brazos y otro te vestirá, y te llevará a donde no quieras ir” (Juan 21, 18).
El Señor invitaba a Pedro a seguirlo de tal manera que la vida y la obra de éste fueran un reflejo de su propia vida y obra. En el Nuevo Testamento, la palabra griega que significa “sígueme” se usa sólo cuando se refiere a Jesús, que siempre pedía algo más profundo que sólo una imitación externa de sus actos. Era un llamado dirigido a la conciencia y al corazón del creyente.
Por ejemplo, cuando el joven rico vino y le preguntó qué más tenía que hacer para alcanzar la vida eterna, la última respuesta de Jesús fue: “Sígueme” (Marcos 10, 21). Este hombre había cumplido los mandamientos toda su vida como obligación religiosa, pero su corazón no vibraba de amor a Dios ni de fe en Cristo. No había abandonado su vida antigua para que la nueva vida de Jesús lo llenara por completo. El hecho de que “se fue triste” (Marcos 10, 22) revela que el joven no estuvo dispuesto a hacer semejante sacrificio.
El llamado a seguir a Jesús implica ciertamente despojarse de los hábitos pecaminosos. Pero Dios quiere que nos demos cuenta de que, en un nivel más profundo, el Señor nos invita también a adoptar su misma vida de fidelidad y obediencia al Padre. Es un llamado a seguir a Cristo por el camino del Calvario y morir al pecado, para luego resucitar con Cristo a la nueva vida del Espíritu Santo.
Jesús dijo: “Si alguno quiere ser discípulo mío, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz y sígame” (Marcos 8, 34). Cuando respondemos afirmativamente a esta invitación, recibimos la gracia necesaria para desprendernos de nuestra vida anterior y recibir una vida completamente nueva, restablecida a imagen de nuestro Dios y Salvador.
Querido hermano, ¿le has respondido tú al Señor? Él te está llamando también al ti y quiere que te entregues en sus manos de todo corazón, pues ese es el camino de la salvación, el camino hacia la felicidad eterna.
“Padre celestial, gracias por ofrecerme la vida nueva que puedo encontrar en tu Hijo. Jesús, quiero seguirte a dondequiera me lleves. Espíritu Santo, haz que mi corazón se llene de obediencia y amor a mi Dios y Señor.”
Hechos 28, 16-20. 30-31
Salmo 11(10), 4-5. 7
Fuente: Devocionario católico La Palabra con nosotros
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