Solamente bajo los rayos y el calor del Dios vivo y vivificador, el alma podría vivir, crecer y fructificar.
Para que un árbol pueda crecer, necesita que sus raíces penetren profundamente en la tierra. Del mismo modo, el alma debe enraizarse en el Reino espiritual, celestial, porque este es su fundamento, lo que le alimenta y le ayuda a crecer.
Para que un árbol pueda desarrollarse, necesita ser regado constantemente. Así también, el alma debe ser constantemente rociada con la Gracia del Espíritu Santo, para que pueda desarrollarse con salud y vigor. San Antonio dice: “Tal como un árbol no podría crecer si no es hidratado con agua limpia, tampoco el alma podría crecer si no es alimentada con las savias celestiales”. Solamente esas almas crecen, las que reciben el Espíritu Santo y son hidratadas abundantemente por los manantiales celestiales.
Para que el árbol pueda dar frutos, necesita de mucha luz y del calor del sol. De la misma forma, el alma necesita ser iluminada y calentada por el Señor, el Sol de la justicia eterna, porque solamente bajo los rayos y el calor del Dios vivo y vivificador, el alma podría vivir, crecer y fructificar.
(Traducido de: Sfântul Nicolae Velimirovici, Simboluri şi semne, Editura Sophia, Bucureşti, 2009, pp. 38-39)
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