Juan 6, 41
Varios siglos antes de Cristo, el profeta Elías, postrado por el desaliento y la fatiga, abandonó la lucha y se dispuso a esperar la muerte. Pero el Señor lo levantó del sueño mortal y le dio de comer. De esa manera, por medio de su palabra y el alimento vital, Dios reanimó a Elías.
Jesús dijo a los fariseos y maestros de la ley que el Padre, enviándolo a él desde el cielo, había cumplido su promesa de infundirles todo lo que ellos necesitaban saber para llevar una vida recta. ¿Qué significaba esto? Que escuchar y aceptar las palabras de Jesús era escuchar y aceptar la enseñanza de Dios, y lo contrario era rechazar dicha enseñanza.
Cuando aceptamos y obedecemos el mensaje de Jesús, pasamos de la muerte a la vida: “Yo les aseguro que, quien escucha mi palabra y cree en el que me envió, tiene vida eterna y no será condenado en el juicio, porque ya pasó de la muerte a la vida” (Juan 5, 24). Esta es la razón por la cual Jesús afirma que todo el que cree tiene vida eterna. Así, el Padre actúa en nosotros comunicándonos fe para escuchar y aceptar la palabra de Jesús y despertar en nosotros la fe en su Hijo: “Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre, que me ha enviado.”
Cristo dijo asimismo que él daría su cuerpo para la vida del mundo y que todos debían comer de su carne. En esto vemos un paralelo con el caso de Elías. Dios salvó a Elías de la muerte comunicándole una palabra vivificante y dándole alimento. Ahora, el Padre nos comunica vida espiritual a nosotros, dándonos el pan de vida, que es al mismo tiempo la Palabra vivificante de Dios y el Cuerpo vital de Jesús Sacramentado.
“Cristo amado, te damos gracias por haberte quedado entre nosotros, no sólo en la Palabra de Vida que leemos en la Sagrada Escritura, sino también en el Santísimo Sacramento del altar. Llénanos de tu gracia y tu amor cada vez que te recibimos con amor en la Santa Comunión.”
1 Reyes 19, 4-8
Salmo 34(33), 2-9
Efesios 4, 30—5, 2
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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