Jesús se puso a enseñar a orillas del Mar de Galilea, pero se juntó tanta gente que tuvo que subir a una barca para hablarles (Mateo 13, 1-2; Marcos 3, 9). Esta actitud de la gente fue muy distinta de la que hubo en la sinagoga de su propia ciudad. Allí decían: “¿No es éste el hijo del carpintero… y no viven sus hermanas también aquí entre nosotros? ¿De dónde le viene todo esto?” (Mateo 13, 55. 56).
Estos comentarios deben haberle dolido mucho al Señor, luego de haber visto una reacción muy distinta de las multitudes: “¡Nunca se ha visto en Israel una cosa igual!” (Mateo 9, 33) y “¿Será éste el Hijo de David?” (Mateo 12, 23).
Viendo reacciones tan dispares, uno se preguntaría si alguno de los fieles de la sinagoga se habría preocupado alguna vez de averiguar qué era lo que decía la gente de uno de sus propios vecinos. Posiblemente muchos de ellos se limitaron a quedarse en casa esperando que este supuesto hacedor de milagros viniera a presentarse, en lugar de salir ellos a verlo allá donde estaba haciendo los prodigios.
Esto fue lo que sucedió en todo el ministerio de Jesús: algunos lo buscaban con mucho entusiasmo, se curaban de sus enfermedades y se libraban de sus pecados; mientras que otros lo observaban a la distancia, con cierto recelo, y así desperdiciaban la oportunidad de experimentar una profunda transformación positiva en la vida de cada uno. Esto sucede porque Jesús no desea ser conocido nada más que como “el hijo del carpintero” o como “alguien que murió hace dos mil años”. Él quiere y espera que todos lleguemos a conocerlo como Señor y Salvador, como hermano y amigo.
¿Qué lección podemos sacar de esto? ¡Que hay que acercarse a Jesús; salir a buscarlo; ser uno de los que se apretujan para escuchar sus palabras junto al lago! Invoca el Nombre del Señor, hermano, y llámalo a viva voz diciéndole “¡Jesús, hijo de David, ten piedad de mí!” (Marcos 10, 47). Si no entiendes alguna de las parábolas del Señor cuando leas el Evangelio, pídele que él mismo te la explique, y no te canses jamás de escuchar lo que él te diga; no te contentes con lo que sabes ahora acerca del Señor, porque sus bendiciones se renuevan con el amanecer de cada día.
“Mi Señor y Salvador, quiero conocerte cada día mejor; quiero experimentar tu presencia hoy en mi vida. Enséñame, Señor, muchas cosas de ti que jamás he conocido antes.”Jeremías 26, 1-9
Salmo 69(68), 5. 8-10. 14
fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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