Los discípulos tenían buenas razones para sentirse atemorizados, ya que eran pescadores experimentados y sabían que el viento huracanado y las olas encrespadas eran presagio de graves problemas.
Además, acababan de enterarse de la muerte de Juan el Bautista (Mateo 14, 12). ¿Acaso Jesús o ellos mismos serían los próximos? Más tarde, a medianoche, luchaban para no zozobrar en el mar embravecido y, al ver a una figura blanca que venía caminando sobre las olas, ¡pensaron que era un fantasma!
“¡Calma! —les dijo el Señor— ¡Soy yo: No tengan miedo!” (Mateo 14, 27). Conviene observar que Cristo no se desentendió del miedo de sus discípulos; más bien, les habló para reconfortarlos y animarlos a que tuvieran valor, fueran valientes y confiaran en él; que no se dejaran dominar por el pánico. De hecho, era como si les dijera: “Tengan confianza, recuerden que soy Yo, el que sanó a los enfermos (v. Mateo 14, 14), el que multiplicó los panes y los peces (v. 14, 17-21); Yo soy el que camina seguro sobre el mar embravecido. Estos son hechos concretos. Ustedes saben que esto es cierto, por lo tanto, ¡no tengan miedo!”
Todos hemos sido sacudidos en algún momento por emociones intensas, como el miedo, la inseguridad o la angustia. Pero Jesús nos promete que podemos experimentar la paz en cualquier situación. Todo lo que nos pide es que hagamos el mayor esfuerzo posible por tener presentes las verdades del Evangelio. Dios es todopoderoso y todo amor (Jeremías 32, 19; 1 Juan 4, 8) y jamás olvida a sus hijos (Isaías 49, 16).
La sangre de Jesús nos ha redimido de todo pecado (Hebreos 9, 14), y en Cristo que nos fortalece (Filipenses 4, 13) podemos hacer todo lo que sea necesario para nuestra salvación. Efectivamente, el Espíritu Santo nos guía a toda la verdad (Juan 16, 13).
Con todo este arsenal de verdades a nuestro favor, podemos calmar las tempestades de las emociones intensas antes de que nos hagan zozobrar. Cada vez que surja la necesidad, conviene recordar una de estas verdades y repetirla insistentemente, con valentía y confianza, para que esa verdad llegue a ser un ancla de nuestra fe, y recibamos la fortaleza y la consolación del Espíritu Santo.
“Espíritu Santo, acrecienta mi fe, te lo ruego; ilumíname con la verdad y enséñame a mantenerme siempre unido a Cristo, con decisión y valentía, especialmente en ocasiones de peligro, miedo o inseguridad.”
Jeremías 30, 1-2. 12-15. 18-22
Salmo 102(101), 16-23. 29
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros.
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