El episodio que hoy nos presenta el Evangelio es un poco extraño: Se trata de una mujer angustiada que pide auxilio urgente; no pide dinero, sino la curación de su hija.
Alguna vez todos nos hemos topado con alguna persona inválida o sin casa que pide limosna en la calle y uno se pregunta qué haría Jesús en tales situaciones.
El Señor se había retirado con sus apóstoles a la región de Tiro y Sidón, territorio cananeo, para descansar un poco. Sin embargo, tan pronto llegan, se les acerca una mujer que le pide con insistencia a Jesús que se digne curar a su hija que está gravemente enferma.
¿Cómo reaccionamos nosotros cuando alguien nos pide limosna o algo que nos incomoda? Posiblemente sería justo decir que pocos de nosotros salimos airosos de esas situaciones, y por lo general, desistimos de hacer algo porque aducimos que no tenemos dinero o tiempo, que no podemos desviarnos de lo que teníamos planeado hacer, o incluso que no queremos fomentar los vicios o la mendicidad.
Sin embargo, el pasaje del Evangelio nos ofrece una cierta consolación, ya que la reacción de los apóstoles no fue muy distinta de la nuestra. Para ellos, la cananea era un fastidio y esperaban que Jesús se deshiciera de ella lo más pronto posible.
Sea como sea, la reacción inicial del Señor nos sorprende a todos. Al principio, se desentiende de la mujer; luego se niega a concederle lo que ella pide y trata de despedirla. Pero ella es sumamente persistente, pues se trata de un asunto de vida o muerte, y no acepta la negativa. Finalmente, el Señor, movido por la humildad de la cananea, le concede la salud de su hija.
Para nosotros, el toparnos con una persona indigente también puede ser una lección de humildad. En el mendigo podemos ver algo de nuestra propia debilidad física o emocional, aunque la ocultamos muy bien. Pero ante el Señor no tenemos que llevar una máscara ni fingir algo que no somos, y esto es como una liberación interior, ya que nos pone en contacto con nuestro verdadero ser, que Cristo conoce muy bien.
Estos encuentros suelen despertar el corazón y revelar lo que hay en él, dando paso a sentimientos de ternura y compasión, de bondad y comunión, y aprendemos que es posible ser más humanos, amar más y dar más de nosotros mismos.
“Señor, reconocemos que ante ti todos somos pobres y diariamente necesitamos tu misericordia y tu amor. ¡Ayúdanos, Señor!”
Jeremías 31, 1-7
(Salmo) Jeremías 31, 10-13
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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