sábado, 11 de agosto de 2018

Meditación: Mateo 17, 14-20

Querido hermano, si te parece que eres una persona que no tiene nada extraordinario, piensa que así lo eran San Pedro y los demás apóstoles antes de Pentecostés; no era todavía el “gran San Pedro”; sino apenas un pescador.

Pero cuando recibió el Espíritu Santo todo cambió y, con la iluminación del Paráclito, fue un instrumento de transformación en la vida de tres mil de personas en un solo día, nada más que pronunciando un sermón impregnado del poder de Dios (Hechos 2, 41).

Cuando Cristo reprendió a sus discípulos por no haber sido capaces de liberar a un muchacho poseído por un demonio, les llamó “gente sin fe y perversa” (Mateo 17, 17). De algún modo, a pesar de que ya los había comisionado para curar a los enfermos (10, 8) y de que ellos lo habían visto curar y liberar a muchas personas, todavía no tenían la fe necesaria para que Dios actuara por su intermedio en esta situación tan tensa. Pero esto no debe sorprendernos porque, después de todo, ¿cómo habrías reaccionado tú en la misma situación?

Jesús tenía grandes esperanzas y expectativas para sus discípulos, y del mismo modo Dios quiere que seamos dotados de una fe capaz de mover montañas. Pero ¿en qué hemos de creer? ¿En nosotros mismos? No; ¡en el Señor y en el poder del Espíritu Santo que habita en el corazón del creyente! Esa es la fuente de todos los actos de servicio que podemos realizar. Cristo quiere que sepamos que somos instrumentos del poder del Espíritu cuando nos apropiamos de la victoria de Cristo sobre el pecado, la enfermedad y hasta la muerte misma. En la cruz fue donde Jesús ganó la salvación y la sanación para todo el mundo; ahora, él nos pide que seamos instrumentos de su amor y de su poder sanador.

Pidámosle al Espíritu Santo que nos colme de sus dones, talentos y capacidades; analicemos la fe que tenemos y pidámosle a Jesús que nos la aumente. En Cristo hemos recibido una vocación muy excelsa, y contamos con armas poderosas para llevarla a cabo. En realidad, ¡no somos un pueblo pequeño ni insignificante! ¡Somos los hijos e hijas de Dios por medio de quienes el Todopoderoso actúa en el mundo!
“Señor y Salvador mío, quiero unirme a ti con toda mi mente y mi corazón porque, unido a ti, puedo orar eficazmente por los enfermos y los que sufren, y te pido que los toques con tu poder sanador. Señor, ¡que se haga conforme a tu voluntad!”
Hebreos 1, 12—2, 4
Salmo 9, 8-13
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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