lunes, 13 de agosto de 2018

Meditación: Mateo 17, 22-27

Echa el anzuelo, saca el primer pez que pique,
ábrele la boca y encontrarás una moneda.
Tómala y paga por mí y por ti.
Mateo 17, 27




En esta parte, San Mateo describe cómo llegaron los discípulos a conocer al verdadero Jesús. Habían visto que este nuevo maestro multiplicaba unos panes y peces para dar de comer a multitudes, caminaba sobre las aguas embravecidas, curaba a los enfermos y expulsaba los demonios.

Como si esto fuera poco, Pedro, Santiago y Juan habían visto al Señor transfigurado en la montaña y escuchado la voz de Dios que decía: “Éste es mi Hijo muy amado, en quien tengo puestas mis complacencias; escúchenlo” (Mateo 17, 5). Presenciando tan magníficas señales y prodigios, los discípulos llegaron a convencerse de que Jesús era en efecto el Mesías, el Hijo de Dios, que había venido a salvar al pueblo. El Señor reafirmó la autenticidad de su persona comunicando su palabra a sus discípulos.

El anuncio de su pasión y el pasaje acerca del pago del impuesto en el templo fueron, para sus seguidores, dos indicaciones claras de quién era Jesús. Primero, declaró ser el “Hijo del hombre”, haciendo referencia a la visión del profeta Daniel que vio a un ser celestial a quien “le fue dado el poder, la gloria y el Reino, y gente de todas las naciones y lenguas le servían” (Daniel 7, 14).

Luego, Jesús actuó como hijo del rey, a quien no se le exige pagar tributos a su padre, y por eso, no tenía que pagar el impuesto religioso para el mantenimiento del templo ¡porque el Dueño del templo era su Padre!

Esto no deja duda alguna de que Jesús no era sólo un hombre que curaba las enfermedades, predicaba el Reino y hacía milagros. El Señor es mucho más que eso: Es el Mesías, el Hijo de Dios e Hijo del hombre, destinado a reinar sobre todo el universo para siempre. ¡Es, era y será siempre el Hijo de Dios Todopoderoso!

Los creyentes hemos de descubrir la verdadera identidad de Jesús de un modo cada vez más profundo. Veamos a Jesús en la liturgia, la oración, la lectura bíblica y pidamos la revelación de su identidad, sabiendo con toda confianza que él desea revelarse a nosotros, tal como se reveló a sus apóstoles.
“Señor mío, Jesucristo, quiero conocerte mejor. Ilumina mi entendimiento, te ruego, para tener una mejor revelación de tu magnificencia y tu gloria como Hijo del hombre e Hijo de Dios. Quiero ser tu discípulo todos los días de mi vida.”
Ezequiel 1, 2-5. 24-28
Salmo 148, 1-2. 11-14
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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