domingo, 9 de septiembre de 2018

Meditación: Marcos 7, 31-37

La misión de Jesús se extendió por la región gentil de Decápolis, grupo de 10 ciudades contiguas de cultura griega situadas al oriente del mar de Galilea.

Unos gentiles trajeron a un hombre sordo y prácticamente mudo porque tenían fe en que Jesús podía sanarlo. El Señor sacó al hombre aparte, le puso los dedos en los oídos y con saliva le tocó la lengua y dio una orden: “¡Effeta!”, que significa “ábrete”. La curación fue inmediata y dramática en sus efectos, ya que el hombre comenzó a hablar y pudo oír. Así se cumplió la profecía de Isaías: “Se iluminarán entonces los ojos de los ciegos y los oídos de los sordos se abrirán. Saltará como un venado el cojo y la lengua del mudo cantará” (Isaías 35, 5-6).

Los paganos que presenciaron esta curación eran gentiles y no conocían las promesas hechas a Israel a través de los profetas, pero gustosamente aceptaban a Jesús por todas las señales milagrosas y prodigios que le habían visto hacer. Por el contrario, se vio más tarde que muchos judíos tenían el corazón cerrado, a pesar de que las obras de Cristo eran señales irrefutables que demostraban que él era el Mesías. En cambio, los gentiles encontraron a Dios en la Persona de Jesús y su sencillez de corazón fue recompensada con abundancia.

El Señor desea mostrarnos que muchas veces los fieles de hoy, a pesar de escuchar la verdad contenida en el mensaje de Cristo y ver innumerables casos de curaciones milagrosas, también cerramos el corazón. La espontaneidad y la confianza de aquellos que llevaron a su amigo a Jesús contrastan a veces con el poco entusiasmo que tenemos nosotros, los que nos consideramos fieles, de reconocer que Jesús es el Mesías que puede liberarnos. Cristo quiere que recibamos su vida, pero debemos disponer el corazón y la mente para recibir la acción del Espíritu Santo y escuchar que él nos dice “¡Ábrete!” Algo que Dios anhela es que experimentemos la llegada del Reino de los cielos en nuestro propio corazón, tal como sucedió con los habitantes de Decápolis, que no eran judíos.
“Jesús, Salvador mío, tú puedes transformar mi vida y librarme de todo lo que me impide entregarme de todo corazón. Ayúdame, Señor, a caminar contigo y recibir la vida.”
Isaías 35, 4-7
Salmo 146(145), 7-10
Santiago 2, 1-5

fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros

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