sábado, 6 de abril de 2019

NADIE LE PUSO LA MANO ENCIMA


«Nadie le puso la mano encima»

Encontramos en Cristo rasgos tan humanos que en nada se distinguen de nuestra común debilidad como mortales, y al mismo tiempo, unos rasgos tan divinos que sólo se adecuan a la soberana e inefable naturaleza divina. Ante esta realidad, la inteligencia humana, tan estrecha, queda tan admirada que no sabe a qué atenerse ni qué dirección tomar. En Cristo percibe a Dios, y sin embargo, le ve morir. Cree que es un hombre, y he aquí que vuelve de entre los muertos, con su botín de victoria, después de haber destruido el imperio de la muerte. Por eso nuestra contemplación debe hacerse con tal reverencia y temor que considere en la misma persona de Jesús la verdad de dos naturalezas, evitando atribuir a la inefable esencia divina cosas que son indignas de la misma o que no le son propias, pero evitando también ver, en los acontecimientos de la historia, tan sólo apariencias ilusorias. 
Verdaderamente, es difícil hacer escuchar tales cosas a oídos humanos, intentar expresarlas con palabras que sobrepasan ampliamente nuestras fuerzas, nuestro talento y nuestro lenguaje. Pienso que todo ellos incluso sobrepasa el alcance de los apóstoles. Más aún, creo que la explicación de este misterio, probablemente trasciende incluso a todo el orden de las fuerzas angélicas.


Orígenes (c. 185-253)
presbítero y teólogo
Tratado de los principios, libro 2, cap. 6,2; PG 11, 210-211

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