“Yo os digo: No hagáis frente al que os agravia”
La Ley dice: “Ojo por ojo, diente por diente” (Ex 21,24). Pero el Señor nos exhorta no sólo a recibir pacientemente el golpe del que nos abofetea, sino a presentarle humildemente la otra mejilla. Porque la finalidad de la Ley era enseñarnos a no hacer lo que no queremos que nos hagan. Nos priva, pues, de hacer el mal por miedo a lo que nos pueda ocurrir. Pero lo que se nos pide ahora es: rechazar el odio, el amor al placer, el amar los honores y demás tendencias nocivas...
A través de los santos mandamientos Cristo, nos enseña a purificar nuestras pasiones a fin de que éstas no nos hagan caer de nuevo en los mismos pecados. Nos muestra la causa que nos hace llegar al desprecio y a la trasgresión de los preceptos de Dios; y nos proporciona el remedio para que podamos obedecer y ser salvados.
¿Cuál es, pues, el remedio y la causa de este desprecio? Escuchad lo que nos dice el mismo Señor: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis el descanso para vuestras almas” (Mt 11,29). He aquí que, de manera breve, con una sola palabra, nos muestra la raíz y la causa de todos los males, junto con su remedio, fuente de todos los bienes. Nos enseña que lo que nos hace caer es la soberbia, y que no es posible alcanzar misericordia sino por la humildad, que es la disposición contraria. De hecho, la soberbia engendra el desprecio y la desobediencia que conduce a la muerte, mientras que la humildad engendra obediencia y la salvación de las almas: yo entiendo la verdadera humildad, no como un rebajarse de palabra y en actitudes, sino como una disposición verdaderamente humilde en lo más íntimo del corazón y del espíritu. Por esto dice el Señor: “Yo soy manso y humilde de corazón”. El que quiera encontrar el verdadero descanso para su alma que aprenda a ser humilde.
Doroteo de Gaza (c. 500 -?)
monje en Palestina
Instrucciones, nº 1, 6-8; SC 92
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