Evangelio según San Mateo 5,43-48.
Jesús dijo a sus discípulos:
Ustedes han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo.
Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores;
así serán hijos del Padre que está en el cielo, porque él hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos.
Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos?
Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos?
Por lo tanto, sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo.
RESONAR DE LA PALABRA
Queridos hermanos:
Es curioso cómo a veces lo más pedestre nos ayuda a mirar a lo más alto. En la vida pero también en la fe. En la segunda carta que Pablo envía a los cristianos de la comunidad de Corinto les insta con mucha vehemencia a ser generosos «en la colecta a favor de los santos», como lo habían sido las Iglesias de Macedonia. Hablando en plata, Pablo necesitaba que los corintios contribuyeran con su dinero a la colecta que él mismo supervisaba y que habría de llevar a Jerusalén. Se trataba, pues, de una cuestión aparentemente muy lejana a los asuntos del espíritu. Sin embargo, una petición tan prosaica le sirve al Apóstol para alumbrar una de las confesiones de fe más elevadas que se le conocen: «ya sabéis lo generoso que fue nuestro Señor Jesucristo: siendo rico, se hizo pobre por vosotros, para enriqueceros con su pobreza».
Aquello que Pablo esperaba recibir de los cristianos de Corinto (su riqueza material) le permitió confesar delante de ellos el corazón del misterio de Cristo (su pobreza radical, que nos enriquece). Para él, que anunciaba el Evangelio a tiempo y a destiempo, cualquier circunstancia de la comunidad cristiana debía poder enraizarse en Jesús y hallar su sentido en Él. Al fin y al cabo, todo en nuestra existencia, también lo más cotidiano, está llamado a ser transfigurado conforme al amor de Dios en Cristo. Todo ha de llegar a vivirse conforme a la dinámica de la salvación, en la que la entrega total de Cristo por nosotros nos hace capaces del amor de Dios y dispensadores de su misericordia. En ocasiones, una pequeña limosna, como la de la viuda del templo –algo tan simple, tan mundano, tan habitual, tan indigente–, porta en sí toda la riqueza del cielo.
Quien va introduciendo poco a poco la lógica del misterio cristiano en todas las facetas de su existencia va adquiriendo, aun sin saberlo, la fuerza de lo alto. De modo que llegará un día en que se descubra capaz de aquello que, viviendo bajo otra lógica, le hubiera sido imposible. Podrá llegar incluso a perdonar a sus enemigos, como hizo Cristo en la cruz; un gesto de amor tan generoso que representa la cumbre de la vida cristiana. Quien comienza compartiendo unas tristes monedas puede al final compartir Su feliz misericordia.
Fraternalmente:
Adrián de Prado Postigo cmf
fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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