Evangelio según San Mateo 7,21-29.
Jesús dijo a sus discípulos: "No son los que me dicen: 'Señor, Señor', los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo.Muchos me dirán en aquel día: 'Señor, Señor, ¿acaso no profetizamos en tu Nombre? ¿No expulsamos a los demonios e hicimos muchos milagros en tu Nombre?'.Entonces yo les manifestaré: 'Jamás los conocí; apártense de mí, ustedes, los que hacen el mal'.Así, todo el que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica, puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca.Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa; pero esta no se derrumbó porque estaba construida sobre roca.Al contrario, el que escucha mis palabras y no las practica, puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena.Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa: esta se derrumbó, y su ruina fue grande".Cuando Jesús terminó de decir estas palabras, la multitud estaba asombrada de su enseñanza,porque él les enseñaba como quien tiene autoridad y no como sus escribas.
RESONAR DE LA PALABRA
¡Hermanas y hermanos! ¡Paz y bien!
Hacer la voluntad Dios es el tema central de la liturgia de la Palabra de hoy. Uno de los grandes desafíos que encontramos en nuestra fe cristiana consiste precisamente en esto: hacer la voluntad de Dios. En general, se encuentran diversos argumentos para no hacer su voluntad, aunque ninguno de ellos se justifica. Puede ser por la dificultad en saber cual es su voluntad en nuestra vida, por la falta de fe o al poner nuestros intereses meramente humanos como criterio de realización personal.
A veces, la voluntad de Dios no coincide con nuestros deseos y optamos por seguir nuestros impulsos. En otros momentos, su voluntad parece muy difícil de ser concretizada en nuestra vida, y acabamos por desistir. Esto fue lo que pasó con Abrán y Saray: él de edad avanzada, ella estéril. Eran dos situaciones vitales que hacían imposible que la promesa de Dios hecha a Abrán se realizase. En la duda, Saray quiso facilitar la realización de la promesa de Dios, cediendo la esclava Hagar para que tuviese un hijo con Abrán. Pero el embarazo de Agar trajo conflictos en la relación de los tres, pues no era aquel el plan de Dios.
Este texto nos muestra que no podemos sesgar o abreviar los planes de Dios en nuestra existencia. Es necesario esperar y confiar que el tiempo de Dios es diferente de lo nuestro. Para ello, no basta saber de memoria las enseñanzas de la Sagrada Escritura o la doctrina de la Iglesia, sin un compromiso efectivo. La confianza no significa solo decir: “Señor, Señor”, sino poner en obra su Palabra. De nada sirve ir a la misa todos los días, recibir la comunión, pagar el diezmo y cumplir algunos preceptos religiosos, si nuestra vida, nuestros proyectos y nuestras actitudes no están conformes a lo que Jesús vivió y enseñó. Pidamos el don del discernimiento, para que sepamos cual es la voluntad de Dios y el don de la paciencia, para saber esperar el tiempo de Dios en nuestra vida, pues como decía Santa Teresa: “quien a Dios tiene, nada le falta”.
Nuestro hermano en la fe.
Eguione Nogueira, cmf.
No hay comentarios:
Publicar un comentario