Evangelio según San Lucas 9,11b-17.
Jesús habló a la multitud acerca del Reino de Dios y devolvió la salud a los que tenían necesidad de ser curados.
Al caer la tarde, se acercaron los Doce y le dijeron: "Despide a la multitud, para que vayan a los pueblos y caseríos de los alrededores en busca de albergue y alimento, porque estamos en un lugar desierto".
El les respondió: "Denles de comer ustedes mismos". Pero ellos dijeron: "No tenemos más que cinco panes y dos pescados, a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta gente".
Porque eran alrededor de cinco mil hombres. Entonces Jesús les dijo a sus discípulos: "Háganlos sentar en grupos de cincuenta".
Y ellos hicieron sentar a todos.
Jesús tomó los cinco panes y los dos pescados y, levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición, los partió y los fue entregando a sus discípulos para que se los sirvieran a la multitud.
Todos comieron hasta saciarse y con lo que sobró se llenaron doce canastas.
RESONAR DE LA PALABRA
La Eucaristía, compartir el pan con Jesús
Hoy sigue habiendo hambre en el mundo. Y no estoy pensando en el hambre espiritual de que tanto se habla en la Iglesia. Ciertamente hay muchas personas desorientadas, perdidas en el desamor, en la violencia, encerradas en sí mismas, agotadas por las dificultades. Pero es que, además de todo eso, en nuestro mundo hay todavía hambre real, estómagos vacíos o que no saben lo que es llenarse del todo. Muchas de nuestras parroquias siguen repartiendo comida a gente que no tiene recursos para comprarla. Eso no sucede solamente en África o en Asia. Eso sucede en los países más industrializados y ricos. En eso que se llama pomposamente “democracias avanzadas”.
Por eso, el pan, alimento básico en muchas culturas, es un auténtico sacramento de la vida. El pan y el vino de las culturas mediterráneas, el pan y los peces del Evangelio. Para los que tienen hambre el alimento es la urgencia más absoluta de todas. Todo lo demás puede esperar. Pero el hambre y la sed es necesario satisfacerlas ya mismo. En muchos países se proclaman leyes para atender muchas otras necesidades: desde el respeto a los animales hasta el derecho de los homosexuales a vivir en pareja. Está bien. Todo eso está bien. Pero no podemos olvidar esas urgencias básicas que siguen llamando a nuestra puerta. El hambre y el pan como elemento básico que sacia ese hambre, como signo-sacramento de la vida. Sin él no hay acceso a la vida. Sin él no hay esperanza.
La Eucaristía es el sacramento del pan, el sacramento de la vida compartida. La Eucaristía es un sacramento lleno de fuerza que nos recuerda nuestra elemental y básica dependencia del alimento. Sin alimento no hay vida. Sin alimento nos llega la muerte. En torno al alimento la familia humana crece, la relación se establece. Compartir el pan ha significado siempre compartir la vida, la amistad, el cariño. Invitar a alguien a nuestra casa significa invitarle a tomar algo, darle de comer.
Hoy y cada día es Jesús el que nos invita a comer con él y con los hermanos –no hay que olvidar ninguna de las dos dimensiones: con él y con los hermanos, no se da una sin la otra–. Al comer con él, reconocemos nuestra necesidad básica de pan. Al comer con él, nos hacemos de su familia, nuestra fraternidad se reafirma. Al comer con él, su palabra nos llega, con su pan, más hondo al corazón. Al comer con él, podemos soñar que nuestro mundo dividido y roto, se reconcilia y que la humanidad es una sola familia. Al comer con él, nuestro sueño se hace un poco realidad. Al comer con él, tomamos fuerzas para seguir caminando, para seguir comprometidos al servicio del Evangelio, para seguir amando, curando, ayudando y compartiendo. Y, sobre todo, dando de comer a los hambrientos.
Para la reflexión
¿Qué significa para mí participar en la Eucaristía, escuchar la palabra y comulgar? ¿Siento la presencia de Jesús en mí y en mis hermanos? ¿A qué me compromete comulgar el cuerpo de Cristo?
Fernando Torres cmf
fuente del comentario CIUDAD REDONDA
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