«Cuando tú ores, retírate a lo más oculto de tu casa»
Todo se hace uno para los que han llegado a la profunda unidad de la vida divina: el descanso y la acción, contemplar y actuar, callarse y hablar, escuchar y abrirse, recibir el don de Dios y devolver el amor a raudales en la acción de gracias y la alabanza... Nos es necesario escuchar en silencio durante largas horas, dejar que la palabra de Dios nos penetre y desarrolle en nosotros hasta que nos mueva a alabar a Dios tanto en la oración como en el trabajo.
Nos son necesarias también las formas tradicionales, y debemos participar en el culto divino tal como lo ordena la Iglesia para que nuestra vida interior se desvele, permanezca en el recto camino y encuentre la forma de expresión que le conviene. La solemne alabanza de Dios debe tener sobre la tierra sus santuarios para que se pueda celebrar con toda la perfección que los hombres son capaces. Desde allí, en nombre de la santa Iglesia, sube al cielo, actúa sobre todos sus miembros, los despierta a vivir su vida interior y estimula su esfuerzo fraternal. Pero para que este canto de alabanza sea vivificado desde el interior, es necesario que en estos lugares de oración haya también tiempos reservados a profundizar espiritualmente en el silencio; si no fuere así, esta alabanza degeneraría en un balbuceo de los labios despojado de vida. Es gracias a estos hogares de vida interior que este peligro queda atrás; las almas pueden, en ellos, meditar delante de Dios en el silencio y la soledad, para ser en el corazón de la Iglesia los cantores del amor que todo lo vivifica.
Santa Teresa Benedicta de la Cruz
Edith Stein, (1891-1942), carmelita descalza, mártir, copatrona de Europa
La Oración de la Iglesia
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