MUCHO MÁS QUE PERDÓN DE LOS PECADOS
Quedaría incompleta nuestra profundización en el perdón y la misericordia, si no resaltamos el sacramento que hace palpable el amor incondicional de Dios: el sacramento de la conversión cristiana. Sacramento de la misericordia de Dios que muchos se atreven a valorar como central del cristianismo.
Sin embargo, no es secreto para nadie, si nos ponemos la mano en el corazón, que el sacramento de la reconciliación, por diversas circunstancias, ha ido perdiendo fuerza y presencia en la vida cotidiana de los cristianos. Quizás una de esas razones ha sido que se ha confundido la reconciliación con la confesión. Y la confesión no es propiamente un sacramento. La confesión es la celebración litúrgica del sacramento. Entonces, nos hemos quedado con la celebración litúrgica y sin aquello que queremos celebrar. Por lo tanto, el sacramento se ha ido desprestigiando.
El sacramento de la reconciliación tuvo mucha fuerza en los diez primeros siglos de la Iglesia, pero se ha perdido poco a poco hasta convertirse en un sacramento para mujeres y luego para niños. Hoy, los padres de familia mandan con mucha devoción a sus hijos a que se confiesen, pero ellos mismos no lo hacen y esta praxis convirtió este sacramento en una miseria.
ALGUNOS NOMBRES DESAFORTUNADOS
A todo esto se suma los diversos nombres que este sacramento ha tenido a lo largo de la historia y que, tenemos que reconocerlo, han sido desafortunados.
Entre los nombres que ha tenido a lo largo de los siglos, aparece en primer lugar el de conversión, que es el nombre auténtico. Pero también se ha hablado del sacramento de la penitencia, nombre desafortunado porque nos hace imaginar un tribunal y no hay nada más desventurado que considerar el sacramento como un tribunal. Porque si algo es claro en la revelación de Dios que con obras y palabras hace Jesucristo, es que no le pone atención en lo más mínimo a los pecados de los hombres, sino a los pecadores. Por eso, en el Antiguo Testamento se "cobran" los pecados, en el Nuevo Testamento Dios olvida los pecados y se fija en el pecador con la intención de cambiarlo.
Curiosamente, juzgamos esto como si no hubiera habido una revelación en Jesucristo. En el Antiguo Testamento la preocupación era no dejar nada impune como medida para conservar un orden justo. De esto no hay ni sombra en la mentalidad de Jesús. No es sino mirar la parábola del hijo pródigo (Lc 15, 11 – 32) para comprender cómo ese padre misericordioso, después de todas las cosas que hizo su hijo y la manera como derrochó el dinero y con quién vivió, no le pregunta nada, sino que le dice: hijo mío, te habías perdido; qué bueno que hayas vuelto. Igualmente pasa con la mujer adúltera en el capítulo 8 del evangelista san Juan.
“Jesús fue al Monte de los Olivos. Pero de madrugada se presentó otra vez en el Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y se puso a enseñarles. Los escribas y fariseos le llevaron a una mujer sorprendida en adulterio, la ponen en medio y le dicen: ‘Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos mandó en la Ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices?’ Esto lo decían para tentarle, para tener de qué acusarle. Pero Jesús inclinándose, se puso a escribir con el dedo en la tierra. Pero, como ellos insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: ‘Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra’. E inclinándose de nuevo, escribía en la tierra. Al oír estas palabras, se iban retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos; y se quedó solo Jesús con la mujer, que estaba delante. Incorporándose Jesús le dijo: ‘Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?’ Ella respondió: ‘Nadie, Señor’. Jesús le dijo: ‘Tampoco yo te condeno. Vete, y en adelante no peques más’ ” (Jn 8, 1 – 11).
Parece que no entendemos. Somos muy vengativos y queremos que Dios sea como nosotros y Dios no es así. Proyectamos nuestras venganzas en Dios mismo e interpretamos a Dios de acuerdo con nuestras tendencias y pasiones. El Dios de nuestro Señor Jesucristo es absolutamente diferente, se le olvidan los pecados de los hombres.
EL SACRAMENTO DE LA CONVERSIÓN
A este sacramento también se le ha llamado sacramento del perdón de los pecados. Es verdad que sí se perdonan los pecados, pero es lo menos importante. Eso se presupone. Lo importante es que transforma a la persona, y eso es distinto.
Una cosa es que a mí me perdonen el pasado, me perdonen los pecados y siga tan canalla como antes. Otra cosa es que me cambien desde dentro. El sacramento es desde dentro porque es cristiano y un sacramento cristiano es un signo de Cristo Salvador. Y Cristo salva transformando personas.
Así pues, no hay sacramento si no hay acontecer de Cristo en la persona. Sacramento es aquello que nos hace semejantes a Cristo Salvador. Por eso, lo que configura o da contenido al sacramento, es la conversión cristiana. A veces pasa que confundimos el significado de la conversión.
Para algunos, por ejemplo, la conversión del tiempo de la cuaresma se reduce a un programita durante ese corto tiempo, y creen que eso es la conversión. No comer fríjoles o carne para poder comer un suculento pescado a la plancha, les parece que es conversión. Otros piensan que hablarle en la cuaresma a esa persona que les cae mal, ya es conversión. Ahí no está la solución al problema. Lo grave es inventarnos la conversión como nos parece o como nos conviene.
¿QUÉ ES LA CONVERSIÓN CRISTIANA?
Tampoco conduce a la conversión lo que muchos hacen antes de la confesión: recorrer los mandamientos. ¿Qué son los mandamientos? Unas normas genéricas. Pareciera que aún no hemos entendido el decálogo. El decálogo no es una ley, sino un espíritu. Una ley vaga no obliga. Ninguna ley en cualquier parte del mundo que sea genérica, obliga. Así nos lo expresa claramente Jesús en el sermón de la montaña (Mt 5, 21 – 22). ¿Qué hace con partes del decálogo? Dice: “oíste que se dijo no matarás” y Jesús dice: “Pero yo os digo...” Lo que Jesús hace es aterrizar lo genérico. Matar no es solamente quitarle la vida a una persona, también es juzgar a una persona, ofender o maltratar. Cuando examinamos la conciencia en un decálogo genérico, no concretizamos nuestros reales pecados y podemos hasta convencernos de que somos santos.
Todo esto quiere decir que cuando hablamos de conversión, estamos hablando de “una transformación de un pecador en un ser limpio como Jesús”. Los seres humanos somos torcidos desde dentro, por eso el sacramento de la reconciliación es el lugar del encuentro con Dios, a través de la comunidad, para experimentar el amor de Dios que nos ama tal y como somos, precisamente por nuestro pecado, y nos quiere transformar desde dentro por el poder de su Espíritu, en seres abiertos a su poder creador y comprometidos con sus hermanos. Por eso, recuperemos el sacramento de la conversión cristiana y experimentemos el amor misericordioso de Dios, que se hace sacramento.
AUTOR: J. Humberto Restrepo A. | Teólogo
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