¡Señor mío y Dios mío! (Juan 20, 28)
Santo Tomás sufre de una mala reputación; posiblemente tú lo has conocido comúnmente como “Tomás el incrédulo”, pero esa es una imagen injusta del apóstol. De hecho, Tomás podría ser uno de los héroes olvidados más grandes del Nuevo Testamento.
Si quisieras encontrar uno de los actos más profundos de fe en los Evangelios, la exclamación de Tomás al ver a Jesús resucitado estaría entre los primeros lugares de la lista: “¡Señor mío y Dios mío!” (Juan 20, 28). No lo llamó simplemente “Mesías” o “Rabí”, sino Señor y Dios. Esta fue además una proclamación muy personal: Tomás no solo declaró que Jesús era “el Señor” sino que lo proclamó como su Señor. Estas palabras no salieron de la nada, fueron fruto de todo el tiempo que había compartido con Cristo; fueron el resultado de su determinación de escuchar a Jesús y seguir su guía.
Entonces, ¿quién era este Tomás “el creyente”? Era un apóstol celoso y entusiasta; el primero en declarar su disposición de acompañar a su Maestro, aunque eso implicara morir con él (Juan 11, 16). También estaba deseoso de aprender más sobre Jesús. En la Última Cena, fue Tomás el que preguntó: “Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo vamos a saber el camino?” (Juan 14, 5). Después de Pentecostés, Tomás viajó a todas partes, llegando incluso a la India, donde la tradición dice que fue martirizado en el año 52 d.C.
¡Es una hoja de vida impresionante! Sin embargo, Tomás es siempre recordado como el que dudó. Seguramente Santiago, Felipe o Andrés habrían sido tan desconfiados como él si se hubieran encontrado en su misma situación aquel Domingo de Pascua. Con seguridad, cualquiera de nosotros habría pensado que la noticia de la resurrección de Jesús era difícil de creer. Así que, a lo mejor, deberíamos darle a Tomas un nuevo sobrenombre, tal vez deberíamos llamarlo “Tomás el creyente” o “Tomás el fiel” o “Tomás el aventurero”.
Hoy, mientras reflexionas en la forma en que Jesús utilizó a Tomás para cambiar el mundo, pídele que haga lo mismo contigo. Pídele que te conceda el mismo celo, la misma curiosidad y valentía que tenía este apóstol. Y cree que, aun cuando la duda vuelva a aflorar, eso no significa que tu historia ha terminado. Incluso, más que Tomás, tú también puedes ser “dichoso” porque crees sin “haber visto” (Juan 20, 29).
“Amado Jesús, fórmame como formaste a Tomás. Enséñame a creer, luego envíame como tu testigo.”
Efesios 2, 19-22
Salmo 117 (116), 1-2
fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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