jueves, 5 de diciembre de 2019

CONSTRUIR UNA CASA


Construir una casa

[El salmista dice:] «Grande es el Señor y muy digno de alabanza» (95,4). ¿Quién es este Señor grande y digno de alabanza si no el mismo Jesucristo? Seguro que sabéis que se apareció como hombre; sabéis que fue concebido en el seno de una mujer, que nació de su seno, que fe amamantado, llevado en sus brazos, circuncidado y que por él se presentó una ofrenda (Lc 2,24), y que creció. Sabéis también que fue abofeteado, cubierto de salivazos, coronado de espinas y crucificado, y que murió y fue traspasado por una lanza. Sabéis que sufrió todo esto: sí, «grande es el Señor y muy digno de alabanza». Guardaos bien de menospreciar su pequeñez; comprended su grandeza. Se hizo pequeño porque vosotros erais pequeños: comprended también cuán grande es, y seréis grandes con él. Es así como se construye una casa, así es como se levantan los grandes muros de una casa. Las piedras que traen para construir este edificio se hacen grandes: creced también vosotros, comprended cuán grande es Cristo, cuán grande es, muy grande, el que parece pequeño...

¿Qué puede decir la lengua humana para alabar al que es grande? Al decir «muy» grande, lo que hace es esforzarse para expresar lo que siente y cree..., pero es como si dijera: «Eso que no puedo expresar, intenta captarlo con el pensamiento; y, sin embargo, debes saber que eso que habrás captado es muy poca cosa». Lo que sobrepasa a todo pensamiento ¿cómo puede una lengua cualquiera traducirlo? «¡Grande es el Señor y muy digno de alabanza!» Que él sea alabado, predicado, que sea anunciada su gloria, y sea elevada su mansión.


San Agustín (354-430)
obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia
Sermones sobre los salmos, salmo 95, § 4

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