Jesús se compadeció de él. (Marcos 1, 41)
La lepra es una enfermedad mortal y contagiosa, que carcome piel, los músculos y los nervios, por eso, en aquellas épocas quienes se contaminaban tenían que aislarse de sus familias y comunidades. El pecado es también una condición mortal y contagiosa que va matando la vida espiritual en las personas.
Lo único que curaba la lepra era un milagro del Señor. Por eso, los creyentes también le pedimos a Dios que nos sane. En todo su ministerio mesiánico, Jesús reveló que ciertamente quiere darnos una salud completa, porque no solo vino a salvar almas, para llevarlas al cielo, sino a restaurar al género humano y reconciliarlo con el Padre, para que toda la persona humana —alma y cuerpo— llegue a ser un reflejo de la bondad y la gracia de Dios.
¿Cree usted que hoy son posibles las curaciones milagrosas? Si Jesús sigue siendo el mismo ayer, hoy y para siempre (Hebreos 13, 8), es lógico que la salvación sea una posibilidad tan real hoy como lo fue cuando él caminaba por las calles de la Tierra Santa. Si bien es cierto que no sabemos cuándo ni cómo se irán cumpliendo los planes de Dios para cada uno, podemos tener la certeza de que, en definitiva, el Señor quiere que todos sus hijos lleguen a tener una completa salud emocional, espiritual y física.
Jesús dijo: “Cualquier cosa que pidan en la oración, crean ustedes que ya se la han concedido, y la obtendrán” (Marcos 11, 24). Esto nos da confianza para pedir tal como lo hizo la mujer enferma de hemorragias. Ella creyó que si podía tocar el borde del manto de Jesús, sanaría. En efecto, todos podemos tener esta gran confianza porque sabemos que el Señor nos ama y quiere lo mejor para sus hijos.
Por supuesto que no debemos insistir en cuándo ni cómo ha de responder el Señor a lo que le pedimos, sino más bien aceptar su voluntad —cualquiera que sea— para que así él sea glorificado. Oremos por sanación con fe firme, sabiendo que Dios nos ama y nos puede curar, pero abandonémonos en sus manos y aceptemos lo que él quiera darnos, porque así haremos su voluntad.
“Padre eterno, fortalece a los de fe débil; ayúdales a confiar que tú quieres lo mejor para ellos. Enséñanos a todos a vivir por fe, y recibir todo lo bueno que tienes para tus hijos.”
1 Samuel 4, 1-11
Salmo 44 (43), 10-11. 14-15. 24-25
fuente Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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