"Queridos amigos,
Estamos atravesando uno de los períodos más difíciles y dolorosos de nuestra historia reciente. Durante más de dos semanas, nos hemos visto inundados de imágenes de horror que despiertan viejos traumas, abren nuevas heridas y hacen estallar el dolor, la frustración y la ira en cada uno de nosotros. Muchos parecen hablar de muerte y de odio sin fin. Muchos "por qué" se acumulan en nuestra mente, lo que aumenta nuestra sensación de desconcierto.
El mundo entero ve esta Tierra Santa como un lugar que es constantemente fuente de guerras y divisiones. Por eso fue bueno hace unos días que el mundo entero se uniera a nosotros en una jornada de oración y ayuno por la paz. El 27 de octubre, el Papa convocó a un segundo día de oración y ayuno, para que nuestra intercesión continúe. Será un día que celebraremos con convicción.
Esto es quizás lo principal que podemos hacer los cristianos en este momento: orar, hacer penitencia, interceder. Y damos gracias al Santo Padre desde el fondo de nuestro corazón.
En todo este bullicio, donde el ruido ensordecedor de las bombas se mezcla con tanto dolor, siento la necesidad de compartir con vosotros una palabra que encuentra su origen en el Evangelio de Jesús, porque al final, de aquí es de donde todos debemos empezar y de aquí es donde siempre debemos regresar.
Mirar a Jesús, por supuesto, no significa sentirse exento del deber de hablar, de denunciar, de apelar, pero también de consolar y animar. Como escuchamos en el Evangelio del domingo pasado, debemos dar “al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22,21). Por eso, mirando hacia Dios, queremos primero dar al César lo que le pertenece.
Mi conciencia y mi deber moral me obligan a afirmar claramente que lo ocurrido el 7 de octubre en el sur de Israel no es en modo alguno aceptable y que sólo podemos condenarlo. No hay razón para semejante atrocidad. Sí, tenemos el deber de afirmarlo y denunciarlo. El uso de la violencia no es compatible con el Evangelio y no conduce a la paz. La vida de cada persona humana tiene igual dignidad ante Dios, que nos creó a todos a su imagen.
La misma conciencia, sin embargo, con gran peso en el corazón, me lleva a declarar hoy con claridad que este nuevo ciclo de violencia ha dejado más de cinco mil muertos en Gaza, muchos de ellos mujeres y niños, decenas de miles de heridos, barrios arrasadas y escasez de medicinas, agua y artículos de primera necesidad para más de dos millones de personas. Son tragedias que sobrepasan la comprensión y que tenemos el deber de denunciar y condenar sin falta. Los intensos y continuos bombardeos que golpean Gaza desde hace días sólo causarán muerte y destrucción, sólo aumentarán el odio y el resentimiento y no resolverán ningún problema sino que crearán otros nuevos. Es hora de detener esta guerra, esta violencia sin sentido.
Sólo poniendo fin a decenios de ocupación y sus trágicas consecuencias, y proporcionando una perspectiva nacional clara y segura al pueblo palestino, podrá iniciarse un proceso de paz serio. Si este problema no se resuelve de raíz, nunca habrá la estabilidad que todos esperamos. La tragedia de los últimos días debe llevarnos a todos –religiosos, políticos, sociedad civil, comunidad internacional– a un compromiso más serio en este sentido que el que hemos asumido hasta ahora. Sólo así se podrán evitar otras tragedias como la que estamos viviendo actualmente. Se lo debemos a las muchas, demasiadas víctimas de estos días y de todos estos años. No tenemos derecho a dejar esta tarea a otros.
Pero no puedo vivir este momento tan doloroso, sin mirar hacia arriba, sin mirar a Cristo, sin que la fe ilumine mi mirada, nuestra mirada, sobre lo que estamos viviendo, sin que nuestro pensamiento se vuelva hacia Dios. Necesitamos una Palabra que nos acompañe, nos consuele y nos anime. Lo necesitamos como el aire que respiramos…
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