Yo soy la gran providencia
[Santa Catalina escuchó a Dios decirle:] Mi providencia ordenó todo, dispuso todo con sabiduría perfecta. He dado mucho al hombre, porque soy rico y podía hacerlo. Puedo siempre, porque mi riqueza es infinita.
Todo fue hecho por mí y sin mí nada puede ser. ¿El hombre quiere la belleza? Yo soy la belleza. ¿Quiere la bondad? Yo soy la bondad, ya que soy soberanamente bueno. Soy la sabiduría, la ternura, soy justo, misericordioso. Yo soy generoso y no avaro. Soy el que da al que pide, abre al que realmente llama, respondo al que me demanda. No soy ingrato, reconozco a mis servidores y me gusta recompensar a los que se dispensan por mí y por el honor y gloria de mi nombre. Yo soy alegre y guardo en alegría constante al alma que se ha revestido de mi voluntad. Yo soy la gran providencia, que jamás falta a mis servidores, a los que esperan en ella, ya sea por su alma como por su cuerpo. (…)
Recuerda haber leído en la vida de los padres del desierto, la historia de ese santo hombre que había renunciado a todo y a sí mismo, por la gloria y el honor de mi nombre. Como estaba enfermo, era mi clemencia que velaba sobre él y le envió un ángel para asistirlo y proveer a lo que necesitaba. El cuerpo era socorrido en su miseria mientras que el alma permanecía en una inefable alegría, gustando la ternura de ese intercambio angelical. En situaciones semejantes, para el hombre, el Espíritu Santo es la madre que lo nutre con el seno de mi divina caridad. (…) Mi Espíritu Santo, ese servidor que mi poder le ha dado, lo recubre, nutre, sacia de ternura, lo llena de riquezas infinitas. ¡Qué feliz esta alma que, en un cuerpo mortal, gusta el bien inmortal!
Santa Catalina de Siena (1347-1380)
terciaria dominica, doctora de la Iglesia, copatrona de Europa
El Diálogo, Providencia y misericordia, VII (Le dialogue, II, Téqui, 1976), trad. sc©evangelizo.org
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