San Ignacio fue obispo de Antioquía desde el año 70 hasta el 107. Fue condenado a muerte por el Emperador debido a su inquebrantable fe y por negarse a la adoración de los ídolos paganos.
En su largo viaje al martirio, en las ciudades donde se detenía mientras era trasladado a Roma, reforzaba a las Iglesias con predicaciones y exhortaciones.
También escribió siete cartas a las Iglesias de Asia Menor, en las cuales manifestaba que la doctrina de la Iglesia Católica viene de Jesucristo por medio de los Apóstoles y sus sucesores los Obispos; esas cartas son un testimonio de su amor a Cristo y a la Iglesia, y del privilegio que sentía de morir mártir.
Es el primero que atribuye a la Iglesia el adjetivo “católica”, es decir, “universal”. El Papa Benedicto XVI le llamó el «doctor de la unidad». Murió en 107.
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