«Haz brillar sobre nosotros la luz de tu rostro» (Sl 4,7)
De la misma manera que esta moneda de plata lleva la imagen del César, igualmente nuestra alma es imagen de la Santa Trinidad, según lo que se dice en el salmo: «La luz de tu rostro está impresa en nosotros, Señor» (4,7 –LXX)... Señor, la luz de tu rostro, es decir, la luz de tu gracia que establece en nosotros tu imagen y nos hace semejantes a ti, está impresa en nosotros, es decir, impresa en nuestra razón, que es el poder más alto de nuestra alma y recibe esta luz de la misma manera que la cera recibe la marca del sello. El rostro de Dios es nuestra razón; porque de la misma manera que se conoce a alguien por su rostro, así conocemos a Dios por el espejo de la razón. Pero esta razón ha sido deformada por el pecado del hombre, porque el pecado hace que el hombre se oponga a Dios. La gracia de Cristo ha reparado nuestra razón. Por esto el apóstol Pablo dice a los Efesios: «Renovad vuestro espíritu» (4, 23). La luz de la que trata este salmo es, pues, la gracia que restaura la imagen de Dios impresa en nuestra naturaleza...
Toda la Trinidad ha hecho al hombre según su semejanza. Por la memoria se asemeja al Padre; por la inteligencia, se asemeja al Hijo; por el amor se asemeja al Espíritu... En la creación el hombre fue hecho «a imagen y semejanza de Dios» (Gn 1,26). Imagen en el conocimiento de la verdad; semejanza en el amor de la virtud. La luz del rostro de Dios es, pues, la gracia que nos justifica y que revela de nuevo la imagen creada. Esta luz constituye todo el bien del hombre, su verdadero bien, y le marca igual que la imagen del emperador está impresa en la moneda de plata.
Por eso el Señor añade: «Dad al César lo que es del César». Como si dijera: De la misma manera que devolvéis al César su imagen, así también devolved a Dios vuestra alma revestida y señalada con la luz de su rostro.
San Antonio de Padua (1195-1231)
franciscano, doctor de la Iglesia
Sermones para el domingo y las fiestas de los santos
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