Muy a menudo, nos parece que es suficiente con pensar: “Sí, reconozco que soy culpable. Le pediré perdón a aquella persona y ella tendrá que perdonarme, porque se lo estoy pidiendo”.
Muy a menudo, nos parece que es suficiente con pensar: “Sí, reconozco que soy culpable. Le pediré perdón a aquella persona y ella tendrá que perdonarme, porque se lo estoy pidiendo”, o viceversa. Pero debemos estar atentos en esto. Algunas veces la otra persona tiene algunas llagas muy dolorosas en su corazón, no provocadas por lo que le estás pidiendo, sino sufridas a lo largo de toda su vida. En consecuencia, para que él o ella te pueda perdonar, es necesario sanar antes un segmento completo de su vida.
Recuerdo el caso de una anciana que no podía perdonar a nadie, porque tenía unas heridas muy antiguas y profundas, que nadie antes había intentado sanar. Aquella mujer, en su adolescencia había sido enviada a un campo de concentración. Cuando finalmente fue liberada, a los veinte años de edad, empezó a llevar una vida errante, de vagabunda... Todas las experiencias dolorosas que siguieron, se le fueron acumulando una sobre otra. Era una herida, un dolor que no podía ser curado tan fácilmente.
(Traducido de: Mitropolitul Antonie de Suroj, Mai aproape de Hrisos: spovedania și iertarea, traducere din limba engleză de Dragoș Dâscă, Editura Doxologia, Iași, 2014, p. 160)
fuente: Doxologia
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