Encarnándose, el Hijo elevó al hombre a la altura de Su filiación divina.
El hombre verdadero es hijo de Dios. Y un hijo recibe continuamente dones nuevos de su padre y, finalmente, todo lo que es del padre. Los hombres tienen esta paradójica naturaleza: por una parte, es creada; por la otra, está llamada a recibir la vida no-creada de Dios, por medio de la Gracia. La altura que están llamados a alcanzar los hijos creados de Dios, es dada por Su Hijo Unigénito. Éste, haciéndose hombre y resucitando como tal, nos reveló nuestra filiación divina y la altura que debemos alcanzar. Porque, encarnándose, el Hijo elevó al hombre a la altura de Su filiación divina. La relación entre el Padre y el Hijo es una de amor: el Padre da todo, con amor, al Hijo, y el Hijo responde a esta entrega con Su propio amor. La creación espera esta revelación perfecta de la naturaleza del hombre elevada a semejante gloria, porque su amor a Dios y la manifestación de la entrega total del Padre hacia él vienen y la irradian por completo.
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