San Maximiliano María Kolbe, presbítero y mártir
La misión de traer la redención al mundo fue el motivo principal de la vida de Jesús. En el transcurso de su ministerio, Cristo dio a conocer a sus discípulos el propósito de su misión y les dijo que lo cumpliría mediante el sufrimiento, la muerte y la resurrección. Con anterioridad, Jesús les había dicho a tres de sus discípulos que tendría que sufrir (Mateo 16, 21), y una vez más, estando aún en Galilea, profetizó su propia muerte.
Los apóstoles podían ver que Jesús era humano, pero también creían que venía de Dios. Por consiguiente, se sentían apenados y desconcertados por el anuncio de que le darían muerte. Por esta razón, Jesús consideró que era necesario reafirmar su divinidad y señalar que la muerte no significaba el fracaso de su misión, sino en realidad el precio de la salvación.
Cuando se le acercaron los cobradores del impuesto del templo, Jesús aprovechó para declarar de nuevo su identidad. Jesús solía pagar este impuesto, pero en esta ocasión, el Señor le explicó a Pedro que el Hijo estaba exento de pagar el impuesto del templo de su Padre, y manifestó su condición de Hijo divino diciéndole a Pedro cómo podía pagarlo.
Así, Pedro podría usar el dinero que encontraría en el primer pez que sacara del agua para pagar el impuesto por los dos. De esta forma Jesús cumplía la ley, a pesar de que siendo el Creador del cielo y de la tierra, no estaba obligado a hacerlo, y al mismo tiempo, al pagar el impuesto por Pedro, nuestro Señor demostraba que Pedro también era hijo de Dios.
Nosotros, los fieles de hoy, somos hijos de Dios gracias a Jesucristo, pero en la sociedad moderna no podemos evadir el pago de los impuestos. Es más, si no los pagáramos estaríamos dejando de cumplir nuestro deber de ciudadanos y de participar en la financiación de los programas que los gobiernos adoptan para el bien común. De modo que aun siendo un “pueblo sacerdotal que pertenece a Dios” (1 Pedro 2, 5), los cristianos debemos pagar los impuestos a la autoridad legítima de este mundo.
“Señor, Padre santo, te doy gracias porque me has recibido como hijo tuyo gracias al sacrificio redentor de tu Hijo Jesucristo. Ayúdame a comprender que es justo que pague los impuestos aquí en la tierra como testimonio de buena ciudadanía.”Deuteronomio 10, 12-22
Salmo 147, 12-15. 19-20
fuente: Devocionario católico la palabra con nosotros
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