Hoy se habla mucho de la autoestima: ¿Eso es cristiano? ¿No va en contra del precepto: “Niégate a ti mismo”? Dicen los santos del Carmelo que “el mirar de Dios es amor”. La autoestima, en su verdadera dimensión, tiene su fuente en esta mirada amorosa de Dios sobre nosotros. También dice Jesús en el Evangelio: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Si no te amas, no puedes amar; uno puede dar lo que tiene. Reconocernos como “hijos de Dios”, criaturas suyas, amadas y redimidas, fomenta enormemente la autoestima.
Santa Teresa en sus MORADAS comienza hablando del ser humano muy en positivo, y sólo en un segundo momento explica lo que supone en esa realidad positiva la presencia del mal, del pecado, que tampoco podemos ignorarla. No se trata de vanagloriarse, de creernos totalmente autosuficientes, de buscar una perfección que nos haga mirar por encima del hombro a los demás, pero sí de alimentar una visión positiva de la persona humana, a partir de su relación con Dios. Hay una frase que tengo siempre muy presente: “No se puede edificar un camino espiritual a partir del autodesprecio” (Nouwen).
Y entonces, otra pregunta: ¿no iría eso en contra de la humildad que se nos pide como creyentes?: Por supuesto que no. Autoestima y humildad se relacionan entre sí. Recordemos cómo define la humildad Santa Teresa: “andar en verdad”. ¿Cuál es la verdad de nuestro ser? Dios, su amor para con nosotros, su cercanía, su perdón. Lo que somos, lo somos en Dios; estamos hechos a imagen y semejanza suya. La palabra “humildad” significa en su raíz, perteneciente a la tierra. Lo dice la Escritura con una imagen muy conocida: hechos del barro, pero barro en el que Dios sopló su Espíritu. Humildad es reconocer esta realidad que nos constituye.
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