El enojo es un enemigo muy grande. En él, el egoísmo, que es la raíz de todos los pecados, se ve y se manifiesta con toda su fuerza. Así pues, hay que estar atentos y orar mucho.
El enojo, la irascibilidad, la severidad... Nada de esto se parece a una virtud, porque, al contrario, son manifestaciones que sólo limitan la buena calidad de nuestro ser. Por eso deben ser eliminadas de la lista de nuestras “cualidades”. ¿Cómo conseguirlo? “Pidan y se les dará, busquen y encontrarán” (Lucas 11, 9). En primer lugar, no hay que dar lugar a tales arranques, sino que, una vez aparecen, hay que eliminarlos y sofocarlos para que no lleguen a exteriorizarse. En segundo lugar: después de cada manifestación de tales arrebatos hay que arrepentirse ante Dios y limpiar el corazón. En tercer lugar: cada vez que esto nos ocurra debemos tomarlo como una lección, para que no se repita. Y, sobre todo, hay que orar, porque sin Dios no podemos hacer nada.
El enojo es un enemigo muy grande. En él, el egoísmo, que es la raíz de todos los pecados, se ve y se manifiesta con toda su fuerza. Así pues, hay que estar atentos y orar mucho.
Desde luego que no es bueno enfadarse; sin embargo, cuando esto es consecuencia de nuestro temperamento, la culpabilidad abarca sólo esa parte en la cual nuestra conciencia se comporta con indiferencia ante semejantes accesos.
(Traducido de: Sfântul Teofan Zăvorâtul, Sfaturi înțelepte, Editura Egumenița, p. 232)
fuente Doxologia
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