28 de septiembre de 2017.
No tener miedo de “decir la verdad sobre nuestra vida”, siendo conscientes de nuestros pecados. Y confesarlos al Señor “para que nos perdone”. Es la exhortación que hizo el Papa Francisco en su homilía de la Misa matutina celebrada en la capilla de la Casa de Santa Marta, el último jueves de septiembre.
Reflexionando a partir del Evangelio de San Lucas, propuesto por la liturgia del día y dedicado a la reacción de Herodes ante la predicación de Cristo, el Santo Padre recordó que algunas personas asociaban a Jesús con Juan Bautista o Elías, mientras otras lo identificaban con algún profeta. De manera que Herodes no sabía “qué pensar”, pero “sentía algo dentro”, que “no era una curiosidad”, era “un remordimiento en el alma”, “en el corazón”. Trataba – dijo el Papa – de ver a Jesús “para tranquilizarse”. Quería ver los milagros realizados por Cristo. Pero Jesús – añadió Francisco – no hizo “el circo ante Él”.
Fue entregado a Pilatos y Jesús pagó con la muerte. Encubrió “un crimen con otro”, “el remordimiento de la conciencia con otro crimen”, como quien “mata por temor”. Por lo tanto, el remordimiento de la conciencia no es “simplemente recordar algo”, sino“un tormento”:
“Una plaga que nosotros, cuando en la vida hemos cometido el mal, nos hace mal. Pero es un tormento escondido, no se ve; ni siquiera yo lo veo, porque me acostumbro a llevarlo y después se anestesia. Está allí. Algunos la tocan, pero la llaga está adentro. Y cuando esa llaga hace mal, sentimos el remordimiento. No sólo estoy consciente de haber hecho el mal, sino que lo siento: lo siento en el corazón, lo siento en el cuerpo, en el alma, lo siento en la vida. De allí surge la tentación de cubrir esto para no sentirlo más”.
Por eso es “una gracia sentir que la conciencia nos acusa, nos dice algo”. Por otra parte – reafirmó Francisco – “ninguno de nosotros es un santo” todos tendemos a mirar los pecados “de los demás” y no los nuestros, compadeciendo, quizás, a quien sufre en la guerra o a causa de “dictadores que matan a la gente”:
“Nosotros debemos – permítanme la palabra – ‘bautizar’ la llaga, es decir, darle un nombre. ¿Dónde tienes la llaga? ‘¿Cómo hago, padre, para quitármela?’. ‘Bueno, ante todo reza: Señor, ten piedad de mí que soy pecador’. El Señor escucha tu oración. Después examina tu vida. ‘Si no veo cómo y dónde está aquel dolor, de dónde viene, que es un síntoma, ¿cómo hago?’. ‘Pide asistencia a alguien que te ayude a salir; que salga la llaga y después dale un nombre’. Yo tengo este remordimiento de conciencia porque he hecho esto. Concretamente; lo concreto. Y ésta es la verdadera humildad ante Dios y Dios se conmueve ante lo concreto”.
Este carácter concreto – dijo el Pontífice – que expresan los niños en la confesión. Lo concreto de decir lo que se ha hecho, para que “salga la verdad”. “Así se cura uno”:
“Aprender la ciencia, la sabiduría de acusarse a sí mismo. Yo me acuso a mí mismo, siento el dolor de la llaga, hago de todo para saber de dónde viene este síntoma y después me acuso a mí mismo. No tener miedo de los remordimientos de la conciencia: son un síntoma de salvación. Tener miedo de encubrirlos, de camuflarlos, de disimularlos, de esconderlos… Pero eso sí, ser claros. Y de este modo el Señor nos cura”.
El Papa Francisco dirigió su invocación final a fin de que el Señor nos dé la gracia “de tener el valor de acusarnos a nosotros mismos” para encaminarnos por el camino del perdón.
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