Hay muchísimas oraciones que deberíamos conocer, aunque es posible hacer la tuya propia, porque “la oración es una acción perenne”... “¡Líbrame de la fuerza de estos espíritus! ¡Eleva mi mente, Señor, a los Cielos, ahí en donde estás Tú, Dios mio! ¡Líbrame de la esclavitud y el fuego de las iniquidades!”.
Si la mente se sumerge en figuraciones perniciosas, el hombre entero termina ensuciándose la mente, el alma, e incluso el cuerpo. Y, al contrario, cuando nuestra mente, “herida” por la Gracia divina del amor de Cristo, es atraída hacia donde está Él, sucede justamente lo opuesto: la mente y nuestro ser completo se santifican y se elevan, se acercan a Dios, y con el tiempo esto se convierte en un estado de unión con Él, de tal forma que día y noche permanecemos en Su presencia.
Con respecto a esto, hay un pequeño detalle a resaltar: ninguna pasión podrá asentarse en nosotros si nuestra mente es libre, pero no para lo que le sugieren las mismas pasiones. Y es que sólo cuando nuestra mente se acerca a los engaños del pecado, el pensamiento vicioso adquiere poder sobre nosotros.
Aprender a sacar de nuestra mente todo pensamiento tendiente al pecado es una gran ciencia. Y es algo que empieza de una forma muy sencilla. Todos sabemos que hay distintas formas de dirigir la atención de nuestra mente a cualquier otro tema. La mejor forma es cuando el Señor está con nosotros. Todo se transforma en la oración pronunciada con devoción y amor a Dios y, entre lágrimas de contrición, es posible olvidar el vicioso mundo del pecado.
Dios nos deja solos por un rato para que nos esforcemos. Así, cuando nos ataca algún pensamiento de pecado, debemos sacar nuestra mente de aquel lugar y apartarnos de él. Sólo así evitaremos que lo que el pecado nos ofrece asuma una fuerza activa, logrando que se quede en un estado pasivo.
Hay muchísimas oraciones que deberíamos conocer, aunque es posible hacer la tuya propia, porque “la oración es una acción perenne”... “¡Líbrame de la fuerza de estos espíritus! ¡Eleva mi mente, Señor, a los Cielos, ahí en donde estás Tú, Dios mio! ¡Líbrame de la esclavitud y el fuego de las iniquidades!”.
(Traducido de: Arhimandritul Sofronie Saharov, Cuvântări duhovnicești, vol. I, p. 270-271)
fuente: Doxologia
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