Sí, perdonar libera. El rencor hunde en la amargura. Esclaviza. Hace amos al agravio y al agraviador. Es inevitable transitar los escalones que siguen a una ofensa y el rencor es uno de ellos. Es humano. Pero no hay que detenerse en ese escalón. Si se sigue ascendiendo, si se quiere seguir ascendiendo, se puede llegar al perdón, y hasta ni acordarse más del agraviador. Llega a no doler ya más. Se puede, y es lo más sano. La misma vida se encarga de ayudar. Esto no quiere decir, en absoluto, desmemoria. La memoria es necesaria, imprescindible. Pero no se puede vivir en el pasado, mirando solamente atrás, como la mujer de Lot, porque también nos convertiríamos en estatuas de sal: inertes, detenidos, e inútiles.
"El perdón no debe ser ocasional, algo excepcional, sino que debe integrarse sólidamente en la existencia y ser la expresión habitual de las disposiciones de unos hacia otros. Deberás empezar por dominar la reacción de tu corazón ante la ofensa recibida -tu rencor, tu obstinación en tener razón- y deberás sentirte verdaderamente libre.
Pero el perdón da el paso decisivo al renunciar al castigo del otro. Con ello abandona el principio de equivalencia, en el cual se contrapone el dolor al dolor, el perjuicio al perjuicio, la expiación a la falta, para entrar en el de la libertad interior. Aquí también se restablece un orden, no con pasos y medidas rígidas, sino con una victoria creadora. El corazón se ensancha [...].
Jesucristo relaciona el perdón de los hombres con el de Dios. Este es el primero en perdonar, y el hombre no es más que su criatura. Por tanto, el perdón humano surge del perdón divino del Padre. El que perdona se asemeja al Padre...
Jesucristo es el modelo de esta actitud. Él es el perdón viviente. que no sólo ha perdonado la culpa, sino que ha restaurado la verdadera "justicia"... Vivimos de la obra redentora de Jesucristo, pero no podemos disfrutar de la redención sin contribuir a ella"
R. Guardini. El Señor (I)
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