Cuando pronuncio el nombre de Jesús evoco el recuerdo de un hombre sencillo y humilde, bueno, sobrio, casto, misericordioso, el primero por su rectitud y santidad. Evoco al mismo Dios todopoderoso, que me convierte con su ejemplo y me da fuerzas con su ayuda. Todo esto revive en mi cuando escucho el nombre de Jesús. De su humanidad extraigo un testimonio de vida para mí, de su poder, fuerzas. Lo primero es un jugo medicinal; lo segundo es como un estímulo al exprimirlo. Y con ambos me preparo una receta que ningún medico puede superar.
San Bernardo, En la escuela del amor, Biblioteca de autores cristianos, Madrid, 1999, p. 93.
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