Una persona que no ha aprendido a reconocer lo bello y no sabe qué es el amor, el amor vivo, lleno de ternura y naturalidad, no tiene ninguna oportunidad de alcanzar el amor que va más allá de lo natural. Debemos hacernos, en primer lugar, humanos... y después, santos.
No hay nada que pueda impedirnos orar: ni nuestro trabajo, ni el ruido, ni las tentaciones. Aunque, pensándolo bien, sí hay algo que puede impedirnos orar: la superficialidad de nuestra vida. No podemos orar sino interiormente, si nos abrimos a este elemento de profundidad. Si nuestra vida es vacía, no puede ser una de oración. Efectivamente, si tu vida es demasiado fácil, sin problemas, no te pasa por la mente buscar algún auxilio. La oración busca cómo resolver los problemas de la vida, esos que no existen en la holganza y en la comodidad. Si tienes todo, ¿qué más podrías pedir? ¿Por quién pedir? Ni siquiera se te ocurre agradecerle a Dios, porque no tienes ningún punto en común con Él.
Otro obstáculo en el camino de la oración lo representa el hecho que, en la actuaidad, muchas personas, incluso los cristianos, viven en un mundo lleno de cosas, un mundo material. Hasta nuestro semejante adquiere esa forma de “cosa”, mientras no descubrimos en las profundidades de su ser el hecho que también él está llamado a la eternidad. Y si vivimos en un mundo de cosas, terminaremos buscando a Dios entre las cosas... pero no lo encontraresmos. Y es que Dios no se halla entre todos esos objetos que nos rodean, ni siquiera en nuestro semejante, en la manera en que sus pensamientos o emociones coinciden con su presencia en el espacio. A Dios hay que buscarlo en una profundidad metafísica y espiritual.
Hay dos cosas absolutamente indispensables, sin las cuales no es posible tener alguna relación con Dios, y que son destruidas por la perversión y secularización: el amor y la belleza. Son dos nociones que profanamos constantemente. Una persona que no ha aprendido a reconocer lo bello y no sabe qué es el amor, el amor vivo, lleno de ternura y naturalidad, no tiene ninguna oportunidad de alcanzar el amor que va más allá de lo natural. Debemos hacernos, en primer lugar, humanos... y después, santos.
Preguntémonos, entonces: ¿cómo nos regeneramos cada uno de nosotros? ¿Qué hacemos para llegar a ese punto? Si tenemos un radiador con acumulador, de esos que sirven para calentar la habitación, sabemos exactamente cómo proceder: recargamos la batería durante el día, para tener calor durante toda la noche. ¿Estamos haciendo lo mismo con nuestra alma?
(Fragmento de la homilía pronunciada por el Metropolitano Antonio Bloom, el 13 de noviembre de 1968, en una capilla estudiantil de Louvain-la-Neuve, Bélgica) Fuente: Doxologia
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