No conviertan en un mercado la casa de mi Padre. Juan 2, 16
Imagínate que un día llegas a tu casa y ves que la han convertido en un cine, o un túnel de lavado de autos o un banco. Gente desconocida entra y sale no para visitarte, sino realizando negocios. ¡No parece una casa de familia!
Esto puede ayudar a entender lo que Jesús sintió cuando se enfrentó a los mercaderes en el templo. No estaba condenando a los comerciantes por hacer su trabajo, porque la gente necesitaba comprar animales para los sacrificios y cambiar dinero, pero no quería que lo hicieran en el templo. Esta era la casa de su Padre y suya también.
Nosotros somos igualmente templos de Dios y el Señor quiso que sólo en él encontráramos la más profunda felicidad. Se podría decir que el Señor creó nuestro corazón para estar en casa con Dios; por eso, si dejamos que otros intereses o preocupaciones desplacen al Señor, perdemos la seguridad y la libertad que provienen de estar a su lado. Pero cuando ponemos a Dios en primer lugar, encontramos la paz que anhelamos, nos dejamos controlar por el Espíritu Santo y no por la tentación, nuestras emociones, o lo que sea que encontremos en la vida.
Por supuesto, ser templos de Dios no significa que no podamos encontrar alegría en el mundo natural. Por ejemplo, la alegría del día de nuestra boda o el nacimiento de un hijo, o la satisfacción de haber hecho bien un trabajo difícil. Esos son dones y bendiciones que nos da nuestro Padre amoroso, y él se deleita al ver que los recibimos alegremente.
Por eso, es bueno tener al Espíritu Santo que nos ayuda a establecer las prioridades correctas. Si necesitamos “limpiar” nuestro templo, podemos tener la seguridad de que el Espíritu no va a usar un látigo, sino que nos hablará suavemente a la conciencia, y con insistencia, si es necesario, pero siempre con suavidad.
Por eso, dedica tiempo al Señor en la oración. Considéralo valioso y cuídalo de otras distracciones, porque es precisamente en la oración donde la mayoría de nosotros podemos mantener limpio nuestro templo y evitar que se llene de cosas extrañas.
“Padre amado, gracias porque de mí has hecho un templo tuyo. Enséñame a darte el primer lugar, para que, en ti, yo encuentre mi hogar.”
Ezequiel 47, 1-2. 8-9. 12
Salmo 46(45), 2-3. 5-6. 8-9
1 Corintios 3, 9-11. 16-17
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