¡Dichoso aquel que participe en el banquete del Reino de Dios! (Lucas 14, 15)
El amor de Jesús es infinito, tanto así que nos invita a todos a participar en el banquete de su victoria sobre la muerte. Para ello nos ofrece el pan que no se echa a perder, el pan de vida entregado por el mundo. Es, pues, un gran honor ser invitado a este banquete. Según las costumbres de la época de Cristo en el Medio Oriente, los que daban un banquete notificaban con anticipación a sus invitados. Luego, cuando los festejos estaban listos, les enviaban un segundo aviso, por eso rechazar la invitación cuando recibían el segundo aviso era considerado sumamente descortés y ofensivo. Mayor insulto aún era que los invitados usaran las excusas que dieron los de la parábola de hoy, alegando obligaciones que en realidad podían cumplir en otras ocasiones.
Los invitados de la parábola del Señor representaban a los fariseos y jefes de Israel, las autoridades del pueblo de Dios, que aceptaron al principio la invitación obedeciendo la ley, pero declinaron la segunda rechazando a Jesucristo como Mesías. El otro grupo, los que había en las calles y avenidas de la ciudad, representaba a la población judía en general, o sea los que no tenían la responsabilidad de toda la nación. El tercer grupo, los de los caminos y veredas, eran los gentiles, todos los pueblos vecinos, los extranjeros y los no creyentes.
Es evidente que Dios no quería excluir a nadie. Pero generalmente pensamos que no somos tan importantes o ni siquiera tan buenos como para que el Señor actúe en nosotros y pensamos que tenemos que librarnos de todas las faltas y pecados antes de que nos acepte. Pero la verdad es que el Pan bajado del cielo es para todos. El amor y la misericordia de Jesús son tan grandes que su invitación es para todos: “Mira que estoy aquí, tocando la puerta; si alguno escucha mi voz y me abre, entraré a su casa y cenaremos juntos” (Apocalipsis 3, 20). Tanto anhela el Señor vernos en su banquete que le dijo al siervo “insísteles a todos para que vengan y se llene mi casa” (Lucas 14, 23).
¡Acepta, hermano, la invitación del Señor!
“Señor Jesús, quiero estar presente en tu banquete, a pesar de que soy pecador y me considero indigno. Por el poder de tu Espíritu Santo, acepto gustoso tu generosa invitación al banquete celestial.”
Romanos 12, 5-16
Salmo 131(130), 1-3
fuente: Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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