El que no toma su propia cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo. (Lucas 14, 27)
Los milagros, curaciones y exorcismos que hacía Jesús y sus enseñanzas atraían a grandes multitudes, que lo seguían por todas partes. El Señor, viendo el entusiasmo de la gente, les explicaba lo que significaba ser discípulos suyos: Prepararse para renunciar a todo, incluso a familias y posesiones. Esto sin duda le debe haber parecido extraño a esa gente, en cuya cultura la familia ocupaba un lugar tan importante y para quienes las bendiciones de Dios venían en forma de abundancia de bienes terrenales.
Hoy, en el siglo XXI, no es más fácil que antes aceptar las palabras de Jesús. Aun cuando queramos entregarnos del todo a Cristo, no resulta extraño que nos sintamos inseguros ante las consecuencias de tal decisión. ¿Qué más nos va a pedir el Señor? ¿Seremos capaces de responder bien? ¿Estaremos dispuestos a renunciar a muchas otras cosas cuando vemos que la gente en general disfruta de los atractivos del mundo?
Jesús quería que sus seguidores entendieran bien qué era lo que implicaba ser discípulo suyo, pero siempre les daba un motivo para permanecer fieles: el gozo de saber que serían partes de su pueblo escogido y que él nunca los abandonaría. Luego de explicarles la importancia de esta relación de compromiso, les dio una idea de las bendiciones que les esperaban y esta idea fue suficiente para que ellos mantuvieran su decisión, incluso cuando el precio que tuvieran que pagar fuera alto.
¿Cómo podemos nosotros ser seguidores incondicionales de Cristo? Actuando de la misma manera que los primeros discípulos: estableciendo una íntima relación de fe y confianza con el Señor. En efecto, si cada vez que oramos, meditamos en la Escritura y recibimos los sacramentos, entramos y permanecemos en la presencia de Cristo, poco a poco iremos avanzando por el camino recto. Es posible que a veces nos parezca retroceder, pero el Señor, en su misericordia, nos permite volver sobre nuestros pasos y retomar el camino. Si pensamos en nuestra vida pasada, comprobaremos que poco a poco las cosas de este mundo van perdiendo atractivo para nosotros y que anhelamos la gloria de la vida eterna.
“Gracias, Señor, por llamarme a ser seguidor tuyo. Infunde en mí la fuerza de tu Espíritu, te ruego, para ponerte en primer lugar hoy y todos los días.”
Romanos 13, 8-10
Salmo 112(111), 1-2. 4-5. 9
Fuente: El Devocionario Católico La Palabra con nosotros
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