Dios trata nuestras heridas
“Dios nos invita a caminar por hermosos bosques y permanecer en la alegría”
El pasar del tiempo deja en nosotros varias marcas. Algunas son positivas, como el objetivo de metas; y otras negativas, como tener la etiqueta de “fracasado” por la sociedad individualista en que vivimos. Todos estos hechos pueden provocar en nosotros enfermedades espirituales, que necesitan ser sanadas con el fin de que tengamos bienestar y para que seamos libres para los planes de Dios.
Las personas que no se permiten ser amadas tienen una vida amarga y viven en la oscuridad, sin belleza. Dios nos invita a caminar por lindos bosques y permanecer en la alegría. La herida de la injusticia, de la discordia y de la falta de acogida necesita ser restaurada para que podamos cumplir el plan de felicidad para nuestra vida.
Nuestras enfermedades espirituales solo se ordenarán cuando seamos humildes y nos permitamos ser sanados. Es necesario introducirnos en la dimensión del amor, que va más allá del sentimentalismo.
La Teología del Cuerpo, de Juan Pablo II, explica el amor de Dios en cuatros eje: totalidad , fidelidad, fecundidad y libertad. O sea, el sentimiento de amor, que viene del propio Dios, va más allá de lo que comprendemos. La grandiosidad y la totalidad del Señor solo es entendida y celebrada cuando somos impactados por Él. Y es ese amor que cicatriza nuestra heridas cuando decidimos caminar y permanecer en Cristo. Además, las cicatrices deben ser recordadas como señal de sanación de la acción de Dios. Debe simbolizar un nuevo recomienzo, una esperanza que no nos abandona, y no una lamentable marca en nuestra historia. En el procesos de sanación, mientras el Amor nos perfecciona, modela y restaura nuestro ser, Él, en Sus detalles, revela como somos únicos y especias.
Volverse fuerte en las fragilidades implica romper con todo lo que no construye. Necesitamos ser edificados en el amor y para el amor. Creados para servir.
El Papa Francisco, en la Jornada Mundial de la Juventud, nos exhorta: “Id y haced discípulos sin miedo”. Impulsados por el amor que libera, convirtiéndonos capaces de transformar vidas, hacer conocer nuestra esencia. Sanados de todo lo que nos debilita, pasamos irradiar la alegría que solo Jesús nos da.
Sintamonos amados por Dios y transbordemos a la humanidad el amor verdadero, aquel que ama sin reservas aún en momentos de debilidad. Dejemos ser sanados por ese amor de forma continua y así estemos listos para servir. No permitamos la banalización del amor; por el contrario, testimoniemos, alegremente, sus hechos en nuestras historias. Que no tengamos miedo y seamos verdaderos y fecundos discípulos misioneros.
Traducción: Thaís Rufino de Azevedo
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