Casi nunca uso los números para predicar. Pero este fin de semana me dejaron pasmados. Para los que no fueron a Misa, les cuento que se leyó el Evangelio de Mateo donde un servidor que es perdonado por su rey no perdona a su amigo. Y para los que fueron… lo pueden volver a recordar leyéndolo: Mt 18,21-35
Una primera lectura nos habla del perdón que tenemos que hacer con el prójimo que nos ha ofendido. Y está bien sacar esa conclusión “horizontal”. De hecho, la parábola es parte de la respuesta de Jesús a una pregunta “matemática” de Pedro: “¿Cuántas veces debo perdonar?”
Es una tendencia de los que vivimos en este siglo en pensar las parábolas como normas del buen vivir, meros consejos morales de actos que debemos realizar para “ganarnos” el cielo. Pues, esta parábola (y todas las demás que Jesús relata) no hablan de nosotros sino solamente de manera indirecta. Jesús nos revela el Rostro de Dios: la respuesta moral es consecuencia de descubrir ese Rostro.
Jesús lo introduce así: “el Reino de los Cielos se parece a un rey que…”. Luego, todo lo que viene a continuación es para que descubramos acerca de que se trata ese “Reino de los Cielos”. Y, en esa explicación, los números tienen mucho que decir.
Uno suele detenerse en algunos aspectos de la Palabra. Y siempre que nos acercamos a ella nos ilumina desde una perspectiva diferente… inédita para nosotros, aunque, tal vez, archisabida para muchísimos otros desde hace mucho (milenios… diríamos… la escucha de la Palabra no comienza con el hoy eclesial sino con la mente abierta por el derrame de Pentecostés). Algo de eso me ha pasado porque presté atención a los números. Más concretamente, a las monedas que se utilizan allí: talentos y denarios.
Estoy acostumbrado a usar pesos. Ya casi no manejamos los centavos… (inflación que le dicen todos los argentinos… menos el INDEC). Alguna vez tuvimos en circulación una canasta de bonos: lecop, federales, patacones… Yo fui testigo del uso de los Australes… y crecí usando los Pesos Ley 18.188 (jeje… hace unos meses encontré en mu casa un billete de 1.000.000 de pesos). Ahora bien, todas estas “monedas” tienen la misma lógica: 1 peso equivale a 100 centavos. Desde esa lógica leía la parábola.
En ella se dice que un servidor debía al rey 10.000 talentos, mientras que a él le debían 100 denarios. Si bien la diferencia es grande, no sería tanto con la lógica del peso-centavo. Hoy con 100 centavos no alcanzo a comprar 15 caramelos, pero mi autito (R19 modelo 1995) vale casi 20.000 pesos (algunos me dicen que soy muy optimista al cotizarlo…). Así que son cifras… manejables… digamos así.
Claro que cuando investigué cual era el “precio de mercado” de los denarios me di cuenta de porqué Jesús aquí nos hablaba, sobre todo, del Rostro verdadero de Dios.
El denario en esa época era (centavos más centavos menos) el salario de un día de trabajo.
El talento no valía 100 denarios (lógica peso-centavo). Un talento era una medida de plata que equivalía a 6.000 denarios. Y si Jesús hablaba de una deuda de 10.000 talentos eso equivaldría a 60.000.000 de denarios.
Entonces me puse a sacar cuentas en base a esta pregunta: ¿Cuánto tiempo se debe trabajar para pagar esa deuda?
En el caso del pequeño deudor, con sólo trabajar 100 días le bastaba. Es decir, poco más de 3 meses.
En el otro caso… me acordé que en la Argentina hay 3.200 personas mayores de 100 años. Así que haciendo una cuentita redonda (sin bisiestos… no me da para tanto mi cabeza) 100 años de vida equivalen a 36.500 días de trabajo (sin domingos ni feriados… de vacaciones ni hablar).
Esto me dejó pasmado. Caí en la cuenta que viviendo 100 años… ¡se deberían vivir 165 vidas para pagar toda la deuda! Imposible: la vida es una sola y son pocos los que llegan a los 100. Esto pone de manifiesto la actitud del rey: “El servidor se arrojó a sus pies, diciéndole: “Señor, dame un plazo y te pagaré todo” El rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda.”
Jesús nos dijo que bastó que se lo pidiera para que lo perdonara… y encima ¡gratis! Sin costo adicional ni reproche. Me acordé de la otra parábola de Jesús: “El joven le dijo: “Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo”. Pero el padre dijo a sus servidores: “Traigan enseguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado”. Y comenzó la fiesta. (Lc 15,21-24)”
También estas otras palabras: “Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.” (Jn 3,16-17)
En la parábola Jesús enseña a perdonar. Pero no desde un mero consejo moral de algo que hay que hacer para estar en paz consigo mismo y, así, con el entorno. Jesús, desde la matemática de los denarios y talentos, nos muestra el Rostro de Dios: el que perdona la acción del malvado. Gratis. Sin recriminar. Con la sola condición que el lo pida y acepte el perdón. Sin reproches posteriores. La matemática cristiana nos dice que para conseguir el perdón no basta una larga vida de diarios actos meritorios de nuestra parte. Ni siquiera 165 vidas acumuladas. La ofensa a Dios en el pecado es infinita. Sólo su amor infinito puede repararlo. Ese amor infinito toma la forma de muerte en Cruz y Espíritu derramado desde Pentecostés. Ese amor infinito hoy se hace sacramento: bautismo para perdonar la culpa original y confesión (reconciliación) para perdonar la culpa personal.
p. Fabián Castro
fuente: Blog personal
p. Fabián Castro
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