Mirando la realidad de lo que viene sucediendo aquí, en Tierra Santa, durante este último mes, viendo de cerca las situaciones de guerra, escuchando tantas opiniones, tantos puntos de vista, llego a una conclusión: no hay explicación que pueda disculpar el horror de la guerra y de la muerte humana. Soy conducida por la fe, sí, eso es un hecho en mi vida, por eso hay una única pregunta que grita en mi corazón: “Dios mío, ¿por qué?”.
El sufrimiento y el dolor penetran en la vida de ambos pueblos. El miedo y la inseguridad afligen a ambos pueblos. Delante de la muerte ¿quién puede vencer? Dicen que la guerra es necesaria. ¡Yo no creo eso! No creo que hacer que las personas vivan en el límite del dolor sea “necesario”.
El Papa Francisco, cuando vino a la Tierra Santa, hizo un discurso que resuena en mi corazón en este tiempo. El hizo una pregunta específica que se aplica al cuadro que hoy vemos aquí:¿Dónde está tu hermano?, ¿Quién es el responsable por esta sangre, por estas muertes?
Tenemos que tocar más concretamente en el amor de Dios con los hombres, un amor universal que debería alcanzar a todos. Pero cerrar nuestro corazón nos lleva a la indiferencia del dolor ajeno y todo se vuelve político. No tengo un lado, pues con Cristo aprendí a amar la vida, al hombre. Somos todos hermanos y eso no lo suelto.
Aqui, la experiencia del dolor por el dolor del otro me visita, pero pido perdón a Dios por la indiferencia, muchas veces con los que están más lejos. Cuantas personas mueren, todos los días, aquí en Medio Oriente, victimas de las guerras y ya están olvidadas.
¡En nuestros países, cuantos parten todos los días, víctimas de las guerras urbanas! ¿Quién de nosotros lloró por la muerte de esos hermanos y hermanas? ¿Por las madres jóvenes que traían bebés?¿por esos hombres que desean algo para ayudar a sus familias?
“Somos una sociedad que se olvidó de la experiencia de llorar, de sufrir con compasión, somos la globalización de la indiferencia”, nos dijo el Papa Francisco.
Estoy aquí, muy cerca de ese gran conflicto, pero aún así no hay mucho que pueda hacer, sino rezar. Quiero que el Buen Dios, que escogió esta tierra para ser Santa, toque mi corazón y que nunca me olvide de mi prójimo. Que las llagas de Cristo arranquen de mí, el miedo de comprometerme con mi hermano, que es todo hombre, toda persona.
“Señor ¡Líbranos de la indiferencia”
Cristiane Henrique
Frente de Misión de la Canción Nueva en Tierra Santa
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