Son cada vez más numerosos los testimonios de fieles que, habiendo pedido ayuda a la Virgen María a través del título de “María desatanudos” han recibido beneficios y gracias espirituales.
Muchas personas han experimentado concretamente el “desatarse” de esos nudos que provocan dolor y sufrimiento y por los cuales se han dirigido a María pidiendo humildemente ayuda como quien se dirige a una madre amorosa y solícita hacia los propios hijos en dificultad.
Desde que fue elegido el Papa Francisco, esta devoción se ha vuelto inmediatamente muy popular y querida por los fieles de todo el mundo.
¿Qué es una novena?
La novena es una especie de oración que el fiel dirige a Dios durante nueve días consecutivos pidiendo la intercesión particular de la Virgen María, de un santo patrón, de los arcángeles o de los ángeles custodios. Es también usual rezar las novenas en preparación para las grandes fiestas litúrgicas como Navidad, Pascua, Pentecostés, la Inmaculada o cerca de otras solemnidades importantes.
El origen de esta práctica devota hace referencia a los nueve días que transcurrieron entre la Ascensión y Pentecostés, mientras los discípulos – según la indicación de Jesús – permanecieron en oración en espera del Espíritu Santo. (Cfr. Lc 24,49; Hch 1,4).
El fiel que se presta para iniciar una novena lo hace para pedir ayuda a Dios en una situación particular de sufrimiento suyo o de sus seres queridos.
Una novena muy difundida es aquella de sufragio de los difuntos y a favor de las almas del purgatorio según una usanza que encontramos en el Antiguo Testamento cuando Judas Macabeo ofreció con sus hombres un “sacrificio expiatorio” en reparación de los pecados de los soldados caídos en batalla (Cfr. 2Mac 12,38-45).
¿Por qué una novena a María desatanudos?
Cuando el entonces cardenal Bergoglio inició la difusión de la imagen de María desatanudos en su diócesis, fue el sacerdote argentino Juan Ramón Celeiro (párroco de San Juan Bautista en la periferia de Buenos Aires) quien en 1998 escribió la primera novena a María desatadora de nudos para sus parroquianos obteniendo el imprimatur del arzobispado de París en 2008.
La novena se difundió lentamente en diversos países del mundo y hoy está traducida en muchas lenguas y en diferentes versiones.
A través de esta novena particular, se pide la intercesión de María para que se pueda desatar un nudo particular que provoca grandes sufrimientos.
Los nudos son las pequeñas o grandes “cruces” de la vida, son los pecados, las enfermedades del cuerpo y del espíritu, las situaciones de división, la dificultad de aceptar la voluntad de Dios, las dificultades de la vida cotidiana (familia, trabajo, relaciones personales, inquietudes económicas y sociales, injusticias y humillaciones sufridas, incapacidad para perdonar y amar, etc.). Durante toda la novena se rezará para que un nudo en concreto sea desatado.
¿Qué significado tiene rezar una novena?
Rezar la novena es un modo de seguir el consejo de Jesús, que invitaba a los discípulos a “rezar siempre sin cansarse” (Lc 18,1) como la viuda del Evangelio que, con gran insistencia, le imploraba al juez que le hiciera justicia frente a su adversario (cfr. Lc 18, 1-8).
Para hacer esto, para que una oración sea verdaderamente eficaz, son necesarias la humildad, la constancia y la perseverancia junto a la conciencia de que Dios escucha las oraciones de su pueblo. Con la parábola del fariseo y del publicano (Lc 18 9-14), Jesús señala la humildad como característica esencial de la oración cristiana.
¿Cómo se reza la novena?
La oración de la novena está estrechamente unida a la oración del Santo Rosario, “compendio de todo el Evangelio” (Pablo VI, Marialis Cultus, 42): durante nueve días consecutivos el fiel rezará el Rosario junto a las oraciones de la novena a María desatadora de nudos.
Se inicia con el Signo de la Cruz y el Acto de contrición para pedir perdón a Dios por los pecados y disponer el alma a la oración. Luego se reza la “Súplica a María desatanudos” (se puede también rezar al final) y se inicia el Rosario con los misterios correspondientes al día de la semana.
Después de las primeras tres docenas (los primeros tres misterios) del Rosario se reza la oración “Meditación del primer día” (después del segundo, del tercero y así sucesivamente…) y se continúa con las últimas dos decenas del Rosario. Al final del quinto misterio se reza el “Salve Regina” y se concluye con una de las oraciones a María desatanudos presente en el librito.
Este esquema es una “guía” para ayudar a la oración y no una forma férrea e inmutable; la práctica exterior, de hecho, no es importante como la disposición interior del fiel que puede libremente moldear la oración sin miedo a invalidar la eficacia de la devoción.
¿Cuál es la actitud justa para una oración eficaz?
En la oración de una novena es importante asumir la actitud justa evitando dos extremos opuestos: la superstición y la desconfianza.
La actitud supersticiosa es la que lleva a considerar el rezo de una oración o un rito religioso como una práctica de tipo “mágico” para ganarse la divinidad y someterla a la propia voluntad; la devoción se vuelve, de este modo, un instrumento para intentar convencer a Dios y secundar las propias peticiones.
Es fácil caer en esta actitud y – desgraciadamente – algunos libritos de oración y de novenas corren el riesgo de caer, también éstos, en este peligro proponiendo al fiel llevar a cabo una cantidad exorbitante de oraciones, de fórmulas, de gestos o de ritos para el buen fin de la novena (una publicación francesa llega a sugerir el uso del incienso durante el rezo personal de la novena).
El supersticioso es también escrupuloso y no quedará satisfecho plenamente si no logra rezar todas las oraciones en el tiempo y modalidad preestablecidos: ni experimentará el éxito de la novena, es decir, la petición de la gracia podría ser desatendida por Dios.
Contra esta actitud se dispusieron los profetas del Antiguo Testamento que condenaron el culto exterior al que no correspondía una adhesión de corazón a los preceptos de Dios. También Jesús invitó a la mujer samaritana (Jn 4, 1-42) a una oración “en espíritu y en verdad” más allá del lugar geográfico escogido para el culto exterior (Cfr Jn 4, 23).
El supersticioso intercambia el medio (la devoción) con el fin (la petición de gracia divina) corriendo el riesgo de concentrarse más en la observancia externa que en el verdadero significado de la oración.
El filósofo francés J. Guitton afirma sobre esto: “Nuestras acciones religiosas más auténticas son amenazas de superstición apenas subordinamos su fin a aquello que es sólo un medio” (J. Guitton, La medalla milagrosa, p.88). Cuando la “letra” prevalece sobre el “espíritu” la oración se vuelve mecánica, técnica y pierde el amplio respiro de la súplica confiada.
La segunda actitud que hay que evitar es la desconfianza, la sospecha en relación a la utilidad de una novena, de la devoción y el rezo del Rosario. Puede suceder que se rece la novena con un corazón desconfiado, rezando las oraciones sin darles la justa importancia y pensando que, en el fondo, no sean tan eficaces. Dudar de la eficacia de la oración significa dudar de la fuerza del Espíritu Santo y – en última instancia – del amor misericordioso de Dios.
En los Evangelios Jesús no realiza milagros donde falta la fe (Mt 13, 58), sino que a quien cree le revoluciona la vida, transformando las situaciones de sufrimiento y de muerte en realidades nuevas, radicalmente renovadas, como dijo a la hermana de Lázaro: “¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?” (Jn 11, 40).
La intercesión de la Virgen María
San Bernardo se refería a María como “Estrella del Mar” que guía e ilumina el camino de quien está en peligro y en las tinieblas. Las palabras del santo abad de Claraval nos ayudan a comprender cuán necesario es” mirar la estrella, pensar e invocar María en los momentos “de tempestad".
¡Oh tú, quienquiera que seas, que te sientes lejos de la tierra firme, arrastrado por las olas de este mundo, en medio de borrascas y tempestades, si no quieres zozobrar, no quites los ojos de la luz de esta estrella!
Si el viento de las tentaciones se levanta, si el escollo de las tribulaciones se interpone en tu camino, mira a la estrella, invoca a María.
Si eres balanceado por los oleajes del orgullo, de la ambición, de la maledicencia, de la envidia, mira la estrella, invoca a María.
Si la cólera, la avaricia, los deseos impuros, sacuden la frágil embarcación de tu alma, levanta los ojos a María.
Si perturbado por el recuerdo de la enormidad de tus crímenes, confuso a la vista de las torpezas de tu conciencia, aterrorizado por el miedo del juicio, comienzas a dejarte arrastrar por el torbellino de la tristeza, a despeñarte en el abismo del desespero, piensa en María.
Que su nombre nunca se aparte de tus labios, jamás abandone tu corazón; y para alcanzar el socorro de la intercesión de Ella, no tomes con negligencia los ejemplos de su vida.
Siguiéndola, no te extraviarás; rezándole no desesperarás; pensando en Ella evitarás todo error.
Si Ella te sustenta, no caerás; si Ella te protege, nada tendrás que temer; si Ella te conduce, no te cansarás; si Ella te es favorable, alcanzarás el fin.
Y así verificarás por tu propia experiencia con cuánta razón fue dicho: “Y el nombre de la Virgen era María”.
Esquema sugerido para la novena:
+ Signo de la Cruz
Acto de contrición
Súplica a María que desata nudo
Rosario: primeros tres misterios
Oración del día correspondiente “Meditación del primer (…) día”
Rosario: últimos dos misterios
Salve Regina
Oración final
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