Después de una charla con mi director espiritual, una de las direcciones que debía seguir era vivir la experiencia de comprobar quienes eran las personas a quienes guardaba odio, rabia y resentimiento. A partir de este paso, hice una buena confesión e inicié el ejercicio del perdón.
“Sopórtense los unos a los otros, y perdónense mutuamente siempre que alguien tenga motivo de queja contra otro. El Señor los ha perdonado: hagan ustedes lo mismo. Sobre todo, revístanse del amor, que es el vínculo de la perfección” (Col 3,12-14).
Al comienzo, no tuve disposición interior, pero fui rezando y queriendo ser obediente al direccionamiento, comencé a pedir al Espíritu Santo que me recordase quienes eran estas personas, porque solo en el Espíritu podemos encontrar fuerzas para llevar adelante la experiencia del perdón con paz interior.
“La fortaleza asegura, en las dificultades, la firmeza y la constancia en la práctica del bien” (CIC 1837).
Fue una experiencia sobrenatural. Con mucha calma, fui recordando personas y situaciones, liberando el perdón de forma muy agradecida. Me detuve en situaciones dolorosas y difíciles de aceptar, pero tuve el coraje de perdonar libremente; al mismo tiempo que iba perdonando, sentía físicamente algo saliendo de dentro de mí: era la liberación de estos sentimientos que no vienen de Dios y tienen la fuerza devastadora de acabar con nuestra salud física, espiritual y mental.
Me di cuenta que a medida que iba perdonando, también necesitaba perdonarme por los errores y reconocer que algunas personas, a las que necesitaba perdonar, también herí de alguna forma. Sin embargo, hice la opción de experimentar la misericordia de Dios en mí vida.
Lo natural era que yo partiese directo a una autocondención y me sintiera la peor de las personas; además, me di cuenta que tengo fragilidades, soy un pecador, pero sé que Dios me miró con amor y no se cansa de extender la mano para que pueda levantarme y seguir adelante, siguiendo una vida que reflexiona la proximidad con Él.
Ese ejercicio tendré que hacerlo hasta el día de encontrarme con Dios en el paso de esta vida para la eterna.
Teniendo en cuenta esta experiencia no podía dejar de animarte para abrir el corazón y permitir que Dios restaure también tu interior. Los frutos son incalculables y tu serás el más beneficiado. Déjame terminar con una enseñanza del fundador de la Canción Nueva, monseñor Jonas Abib: “Cuando mi hermano se equivoca es porque no sabe lo que esta diciendo”.
El verdadero perdón saca al otro del cautiverio.
El perdón libera y construye el otro. El perdón levanta el hermano caído, sana las heridas y trae paz al corazón. En cambio, la falta de perdón nos encadena, nos cierra en la tristeza.
¡Dios ilumine tus pasos! Y con la ayuda de la Virgen María, seas capaz de hacer la experiencia de perdonar.
Fabio Gonçalves Vieira
Misionero de la Comunidad Canción Nueva
Fuente Canção Nova
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