Cuarto domingo.
+En el Nombre del Padre +y del Hijo +y del Espíritu Santo.
Amén.
ACTO DE CONTRICIÓN
para todos los domingos.
¡Dios y Señor mió, en quien creo, en quien espero y a quien amó sobre todas las cosas! al pensar en lo mucho que has hecho por mí y lo ingrato que he sido yo a tus favores, mi corazón se confunde y me obliga a exclamar: ¡ Piedad, Señor, para este hijo rebelde y perdóname los extravíos, que me pesa de haberte ofendido, y deseo antes morir que volver a pecar. Confieso que soy indigno de esta gracia; pero te la pido por los méritos de Tu padre nutricio San José. Ya Vos, gloriosísimo abogado mío, recíbeme bajo tu protección, y dame el fervor necesario para emplear bien este rato en obsequio Tuyo y utilidad de mi alma. Amén.
Ofrecimiento
Glorioso Patriarca San José, eficaz consuelo de los afligidos y seguro refugio de los moribundos; dígnate aceptar el obsequio de este Ejercicio que voy a rezar en memoria de tus siete dolores y gozos. Y así como en tu feliz muerte, Jesucristo y su madre María te asistieron y consolaron tan amorosamente, así también Vos, asísteme en aquel trance, para que, no faltando yo a la fe, a la esperanza y a la caridad, me haga digno, por los méritos de la sangre de Nuestro Señor Jesucristo y tu patrocinio, de la consecución de la vida eterna, y por tanto de tu compañía en el Cielo. Amén.
Primer dolor y gozo
Esposo de María, glorioso San José, ¡qué aflicción y angustia la de tu corazón en la perplejidad en que estabas sin saber si debías abandonar o no a tu esposa! ¡Pero cuál no fue también tu alegría cuando el ángel te reveló el gran misterio de la Encarnación!
Por este dolor y este gozo te pedimos consueles nuestro corazón ahora y en nuestros últimos dolores, con la alegría de una vida justa y de una santa muerte, semejante a la tuya asistidos de Jesús y de María.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Segundo dolor y gozo
Bienaventurado patriarca glorioso San José, escogido para ser padre adoptivo del Hijo de Dios hecho hombre, el dolor que sentiste viendo nacer al Niño Jesús en tan gran pobreza, se cambió de pronto en alegría celestial al oír el armonioso concierto de los ángeles y al contemplar las maravillas de aquella noche tan resplandeciente.
Por este dolor y gozo alcanzanos que después del camino de esta vida vayamos a escuchar las alabanzas de los ángeles y a gozar de la gloria celestial.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Tercer dolor y gozo
Ejecutor obediente de las leyes divinas, glorioso San José, la sangre preciosísima que el Redentor Niño derramó en su circuncisión te traspasó el corazón, pero el nombre de Jesús que entonces se le impuso, te confortó llenándote de alegría,
Por este dolor y por este gozo alcanzanos el vivir alejados de todo pecado, a fin de expirar gozosos con el nombre de Jesús en el corazón y en los labios,
Padrenuestro, Avemaría y Gloria,
Cuarto dolor y gozo
Santo fiel, que tuviste parte en los misterios de nuestra redención, glorioso San José, aunque la profecía de Simeón acerca de los sufrimientos que debían pasar Jesús y María, te causó dolor, sin embargo te llenó también de alegría, anunciándote al mismo tiempo la salvación y resurrección gloriosa que de ahí se seguiría para un gran número de almas.
Por este dolor y por este gozo, consíguenos ser del número de los que por los méritos de Jesús y por la intercesión de la Virgen María han de resucitar gloriosamente.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria,
Quinto dolor y gozo
Custodio vigilante del Hijo de Dios hecho hombre, glorioso San José, ¡cuánto sufriste teniendo que alimentar y servir al Hijo de Dios, particularmente en la huida a Egipto!, ¡pero cuán grande fue tu alegría teniendo siempre con vos al mismo Dios y viendo derribados los ídolos de Egipto.
Por este dolor y por este gozo, alcanzanos alejar para siempre de nosotros al demonio, sobre todo huyendo de las ocasiones peligrosas, y derribar de nuestro corazón todo ídolo de afecto terreno, para que ocupados en servir a Jesús y María, vivamos tan sólo para ellos y muramos gozosos en su amor.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria,
Sexto dolor y gozo
Ángel de la tierra, glorioso San José, que pudistes admirar al Rey de los cielos, sometido a tus más mínimos mandatos, aunque la alegría al traerle de Egipto se turbó por temor a Arquelao, sin embargo, tranquilizado luego por el Ángel viviste dichoso en Nazareth con Jesús y María.
Por este dolor y gozo, alcanzanos la gracia de desterrar de nuestro corazón todo temor nocivo, de poseer la paz de la conciencia, de vivir seguros con Jesús y María y de morir también asistidos de ellos.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria,
Séptimo dolor y gozo
Modelo de toda santidad, glorioso San José, que habiendo perdido sin culpa tuya al Niño Jesús, le buscastes durante tres días con profundo dolor, hasta que lleno de gozo, le encontraste en el templo, en medio de los doctores.
Por este dolor y este gozo, te suplicamos con palabras salidas del corazón, intercedas en nuestro favor para que no nos suceda jamás perder a Jesús por algún pecado grave. Mas si por desgracia le perdemos, haz que le busquemos con tal dolor que no nos deje reposar hasta encontrarle favorable, sobre todo en nuestra muerte, a fin de ir a gozarle en el cielo y a cantar eternamente con Vos sus divinas misericordias.
Padrenuestro, Avemaría y Gloria.
Antífona
Jesús mismo era tenido por hijo de José, cuando empezaba a tener como unos treinta años. Ruega por nosotros, San José, para que seamos dignos de las promesas de Cristo.
Oración Final
Oh Dios, que con inefable providencia, te dignaste elegir al bienaventurado José por esposo de Tu Santísima Madre, te rogamos nos concedas tener como intercesor en los cielos al que en la tierra veneramos como protector. Tú que vive y reinss por los siglos de los siglos. Amén.
MEDITACIÓN.
El Eterno Padre, que había predestinado a José desde la eternidad para padre nutricio de Jesús, atesoró en su corazón un amor incomparablemente más grande que el que han tenido y tendrán a sus hijos todos los padres de la tierra, Amarguísimo sería, pues, sobre toda ponderación el dolor que traspasó el alma de José, cuando oyó que el santo anciano Simeón profetizaba a María que el divino Niño había de ser puesto por blanco de contradicción entre los hombres. Entonces se le representó al vivo y con todas sus circunstancias la pasión dolorosa de nuestro Redentor: vio que aquellas manecitas y pies habían de ser traspasados por crueles clavos; que aquella frente infantil se vería coronada de espinas; que aquel dulce mirar de sus hermosos ojos se anublaría con lágrimas y con sombras de muerte; que aquel corazón divino, lleno de sangre generosa, sería abierto con una lanza. Los futuros dolores de María traspasada con una espada de dolor en el Calvario, ya viendo expirar a su Hijo, ya recibiéndole muerto en su regazo, acrecentaban los de José su ternísimo esposo, tanto más, cuanto pensaba que había de padecerlos en amarga soledad y abandono.
El Eterno Padre, que había predestinado a José desde la eternidad para padre nutricio de Jesús, atesoró en su corazón un amor incomparablemente más grande que el que han tenido y tendrán a sus hijos todos los padres de la tierra, Amarguísimo sería, pues, sobre toda ponderación el dolor que traspasó el alma de José, cuando oyó que el santo anciano Simeón profetizaba a María que el divino Niño había de ser puesto por blanco de contradicción entre los hombres. Entonces se le representó al vivo y con todas sus circunstancias la pasión dolorosa de nuestro Redentor: vio que aquellas manecitas y pies habían de ser traspasados por crueles clavos; que aquella frente infantil se vería coronada de espinas; que aquel dulce mirar de sus hermosos ojos se anublaría con lágrimas y con sombras de muerte; que aquel corazón divino, lleno de sangre generosa, sería abierto con una lanza. Los futuros dolores de María traspasada con una espada de dolor en el Calvario, ya viendo expirar a su Hijo, ya recibiéndole muerto en su regazo, acrecentaban los de José su ternísimo esposo, tanto más, cuanto pensaba que había de padecerlos en amarga soledad y abandono.
Pero este dolor tan acerbo de San José se convirtió
luego en gozo deliciosísimo, cuando consideró el copioso
fruto de la redención, y vio como de lejos innumerables
ejércitos de mártires que llevaban palmas de triunfo, coros
brillantes de cándidas vírgenes coronadas de inmortales
guirnaldas, ejércitos de pecadores que lavaron sus estolas
en la sangre redentora, doctores de la Iglesia, santos
levitas, e inmensa muchedumbre de todas las naciones y
lenguas, cantando en celestiales himnos las glorias de
Jesús y las alabanzas de María.
¡Oh Patriarca Señor San José! por este dolor y gozo
tuyo, alcanzanos la gracia de inflamarnos de tal modo
en el celo de la gloria de Dios y la salvación de las almas,
que para ganarlas, tengamos en nada las penas de la
tierra y aun el sacrificio de nuestra vida. Amén.
EJEMPLO.
El siguiente ejemplo podrá servir de norma a los que
han de tomar estado de matrimonio, mayormente en
nuestros días en que sólo se atiende a los intereses y a las
cualidades exteriores, cuando del acierto depende el
bienestar en la presente vida y muchísima veces la
salvación eterna.
Un joven noble, hijo de padres virtuosos que nada
omitieron para formarle un corazón sólidamente piadoso,
después de haber rogado mucho a Dios para conocer bien
su vocación, se persuadió de que no era llamado al
sacerdocio. No obstante continuó haciendo con mucho
fervor sus devociones particulares, confesando y
comulgando cada semana, y siendo exacto en todas estas santas prácticas. Aunque pertenecía a una distinguida
familia, relacionada con la alta sociedad, se apartó
siempre de aquellas diversiones peligrosas, en las que
muchos jóvenes, atolondrados se dejan seducir del brillo
exterior que tan fácilmente se pierde, y comprometen su
porvenir, eligiendo sin ningún consejo, como objeto de su
amor un corazón que no conocen, ligando ya el suyo con
lazos difíciles luego de deshacer. Bien convencido de que
los buenos matrimonios están ya escritos en el cielo, este
excelente joven no se olvidaba cada día de rogar a San
José que le hiciese encontrar una compañera de una
piedad sólida y a prueba de las seducciones del siglo.
Cierto día, con motivo de una buena obra que llevaba entre
manos, tuvo que avistarse con una respetable señora, que
con sus dos hijas vivía muy cristianamente. Al verlas,
experimentó cierto presentimiento de ser una de aquellas
dos jóvenes la destinada por Dios para compartir con él su
suerte; en su consecuencia la pidió a su madre, la cual,
constándole las buenas prendas que adornaban a aquel
joven, dio gustosa su consentimiento. La señorita confesó
después sencillamente, que ella desde mucho tiempo hacía
la misma súplica, y que el entrar aquel joven, presintió a la
vez que Dios se lo enviaba como a quien había de ser su
futuro esposo. Pero fue el caso que, repugnándole
muchísimo al padre de la señorita aquel enlace e
interponiendo toda clase de obstáculos, pura vencerlos y
conocer la voluntad de Dios en asunto de tanta
trascendencia, determinaron todos empezar la devoción de
los Siete Domingos en honor de San José a últimos de mayo
de 1863. El favor de este glorioso Patriarca no se hizo
esperar; pues en el siguiente agosto se celebró el
casamiento con gran contento de ambas partes. Lo que
prueba que el cielo se complace en bendecir aquellos
desposorios para cuyo acierto se ha pedido su luz y gracia,
en especial si ha mediado la eficaz intercesión de aquel Santo a quien Jesucristo se complació en estar sujeto sobre
la tierra.
Obsequio
Velar contra las tentaciones, y al sentir alguna,
decir: Viva Jesús, mi amor.
Jaculatoria
Poderoso protector y padre mío Señor San José, asísteme y ampárame en la vida y en la muerte.
Jaculatoria
Poderoso protector y padre mío Señor San José, asísteme y ampárame en la vida y en la muerte.
Abundante fruto espiritual se sacaría de esta práctica de los Siete Domingos consagrados a honrar al excelso Patriarca Señor San José, si los obsequios y jaculatorias de cada domingo se practicaran con cuidado todos los días de la semana.
Para mas agradar al santo Patriarca, se puede rezar la letanía
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